23/11/09

VERSAVICE

No volví por la ruta de siempre. No por gusto, sino porque podía hacerlo.  Viejas. Moscas. Buzones. Facturas. Esta calle no tenia nada nuevo.  Excepto yo. Excepto ésta mujer gritándome en el oído que esa cosa celeste en sus brazos se estaba muriendo ahogada.  
Recordé la delicadeza que se requiere para tratar a un bebé. Lo hice porque de pronto comenzó a colgar de mi mano un pedazo de churrasco mitad vivo, mitad no.
Resultó que se le había resbalado mientras lo bañaba y ahora el agua en sus conductos me estaba complicando el día.  
Ella rugía. Él desaparecía bocabajo sobre mi izquierda como una bolsa de azúcar rota.  
Apreté su pecho, su estomago. Lo insulté. La gente comenzó a amontonarse.  
En el centro del mundo ella, su pedazo de churrasco y yo.  
Tres inútiles.  
Me lo arrancó con la misma demencia que había usado para echármelo encima. Después de gritarle y sacudirlo, lo alzó en alto, como colgándolo del cielo. Una cosa azul, colgando de otra. Sin oxigeno. Sólo el caos rompiéndome el tórax y arrancándome las piernas.  
El pedacito de algo estaba muerto.  
Los buzones y las facturas tuvieron más vida que nunca.  
Entonces lo descolgué. Volví a colocar la bolsa de azúcar sobre mi mano. Lo insulté de nuevo y le pegue una trompada en la espalda.  
Quizás en diez años alguien le cuente esto.
Quizás en diez años él no llegue a golpear la mía.


No hay comentarios:

LIBERE ESE PEDO LITERARIO, Y DEJEME SU PALOMETA.