10/10/11

una vez descubrí una miga de caca en la pileta del baño.
esa vez entendí muchas cosas.

1/12/10

LO MALO DE UNA GUERRA ES PERDERLA

El colectivo se detuvo a cargar más pasajeros. Seis o nueve pasajeros, que significaban seis o nueve minutos más de demora en llegar a mi trabajo. Llevaba la cabeza apoyada contra la ventanilla mientras reconocía que había perdido la batalla.
Al otro lado del vidrio nada había cambiado, y todo seguía representando lo mismo para mí. Pude ver a un mogólico parado en la puerta de un local, doblado como un junco, con la boca tan abierta y los ojos tan abiertos, que toda su mogoliquez amenazaba con tragarnos a todos.
El colectivo arrancó con los seis o nueve pasajeros embutidos de prepo y toda la ciudad se corrió hacia atrás de un golpe. El mogólico permaneció paralizado sobre su baldosa y fui volteando a medida que me alejaba para observar un poco más. Llegué a ver a una vieja atacándolo por atrás, tomándolo de la mano duramente. Vi cómo le gritaba. Lo zamarreó un poco antes de que comenzaran a caminar. Él miraba hacia delante. Pudo haber estado mirándome a mí, no lo sé. La vieja lo miraba a él. La gente miraba a la vieja.
Comencé a alejarme. Ya casi no los veía. Como siempre lo había hecho, el mogolico continuó en silencio, todo abierto, amenazando con tragarnos enteros.

31/8/10

ROJAS Y ENANAS

Cuidar la casa. Cuidar las plantas. Cuidar el gato recién nacido. Cuidarme de no pisar al gato recién nacido.
Pensaba en los peores resultados. En una mancha roja y peluda en el piso del comedor.
Me convencí de que Dios se estaba burlando de mí al notar que el suelo y el gato estaban hechos del mismo color. Sólo necesitaba un segundo. Un puto segundo sin mirar hacia abajo, para que todo se fuera al demonio.
Tenía hambre. Se me antojaba una lata de arvejas. Sabía que el error lo cometería al concentrar la vista en la fecha de vencimiento. Entonces tomé una silla, me senté en ella y encendí un cigarrillo. No estoy para separar nada del suelo con una espátula. Tampoco para dejar una nota en la mesa y desaparecer. Me quedé sentado, hambriento y sin una sola arveja.
Ahí estaba ese montón de bigotes, petrificado sobre sus piedritas higiénicas, haciendo la poesía. Pensé “bien, aquella mierda quedará ahí”.
Luego saltó de la caja y comenzó a fregar el suelo con esa especie de ombligo que se asomaba por su pequeño ano verdoso y caliente. Estuvo plastificando las baldosas un largo rato bajo el humo que caía muerto de mi boca muerta.
No serían las primeras letras rojas y enanas que no hayan sido leídas.
Ni yo, el primer idiota.

22/8/10

EL CAFE ACABA DE VOLCARSE

Hay escritores buenos y malos
Leo a todos y el resultado es el mismo;
soy el mejor
Digo que soy escritor pero leo más de lo que escribo.
También me masturbo más de lo que escribo.
Pero sólo digo que soy escritor
Y esa cosa viene y luego se va
Y se escriben libros sobre esa cosa
Y los escritores tienen sus técnicas para dominarla
los buenos y los malos también
Determinada hora, determinado lugar
la marca del cuaderno donde escriben también debe ser determinada
Es una manera de creer que la cosa vino y que es momento de darle a esas teclas
No los culpo, a veces me persigno y creo que algo se me acercó
Pero no es la cosa, la cosa se mantiene alejada
Mi vecino se masturba con las cortinas abiertas y eso es lo que está cerca mio
Y con eso escribo yo, porque es fácil escribir inspirado
pero siempre fui un tipo difícil, que escribe al son de las manos de otro tipo
que se exprime el pijo siete veces al día, cerca mio
A veces me parece que va a salpicarme la hoja y pienso que
eso es todo
sencillamente eso es todo lo que parece
porque la mayoría de las cosas apenas son sólo lo que parecen
y nada más que eso
Si lo ves así ya solucionaste la mitad de tus problemas,
para la otra mitad sugiero caminar
y dormir
el estilo es un invento para ser donde no se es
quizás pienses en el arte, quizás en tu mujer
Ya tengo algunos renglones llenos
dejaré que se añejen unos días mientras leo a mis escritores
a los buenos
y a los malos también
Y el resultado sigue siendo el mismo
soy el mejor
O tal vez sólo sea un buen lector al que le gusta pensar
que la literatura no es gran cosa.









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2/8/10

DEBERIAN DEJARME PASAR

El martes volví a contar la historia del pedo que llegó hasta un tobillo.
Ayer le puse mermelada a los dos lados de la tostada.
Hoy me baje del 63 porque había una persona leyendo el Coran.
Le resé a Mahoma que ese colectivo volara en pedazos para llenarme de plata contando cómo sobreviví.
En el noticiero no dijeron nada.

Soy barato.
Escondo mi titulo, para serlo más aún.
Me bajo los pantalones, porque por el culo se aprende más.
Me quito el sabor a media que la hipocresía dejó en mi lengua.
Deberían dejarme pasar.
Deberían dejarme salir.

LA SAGA DE CREPUSCULO

El teléfono ha estado sonando hace rato y nada parece indicar que dejará de hacerlo. Mario no se ha movido de la cama en todo el día. Levantó la cabeza para averiguar de donde provenía el ruido. Cuando lo supo la dejó caer pesadamente sobre la almohada.
La televisión estaba prendida y una mujer hablaba de cómo había parido a sus hijos. Al primero bajo el agua, al segundo en cuatro patas y a los otros dos colgada de un ventilador de techo, o eso interpretó Mario mientras se volvía a dormir.
El teléfono siguió sonando. O alguien tenía serias intensiones de hablar con él o alguien había muerto después de marcar el número de Mario. Sabía que a la gente habían estado desenchufándola sin aviso ni indicio, como si de pronto alguien se hubiese cansado de todo esto. Tal vez siempre fue así y lo único que ocurre es que por alguna razón está más atento a estas cosas. Cagar, pedir matrimonio, limpiarse el culo, pagar las facturas, cualquier momento califica, sólo tiene que taparse la arteria equivocada, es lo único que necesitas. Sangre ancha. Buen nombre para un bar. O para matarte.
Un tipo cunducía mientras intercambiaba bocinazos con otro que le había cruzado el auto. Le gritó hijo de puta y puta fue la última palabra que dijo. Ahora tenía la frente apoyada sobre la bocina que sonaba sin parar. El auto terminó adentro de una florería y todo se prendió fuego incluyendo algunas orquídeas, la bocina y el tipo. No es gran cosa, no te sorprendas. Esto mas esto, mas lo otro. Cada uno lo suma a su manera. El resultado está ahí y no importa qué signo metas en la ecuación, va a dar pérdida. O no. Es ciencia. Exacta e inevitable ciencia, como la esperanza de la mayoría que reza para que se trate de algo más que eso y que haya más y más cuentas.
Mario ya no esperaba que ese teléfono se callara. Ya no esperaba nada más. Se incorporó espesamente maldiciendo a quién sabe qué. Echó una mirada al aparato. Luego apuntó a la televisión. Para el próximo tengo pensado apoyar el chocho en una palangana llena de flan y que sea lo que Dios quiera ¡Libro Guiness, allá voy! Mientras el mundo se hundía en una inmensa palangana de mierda Mario juntaba fuerza para levantarse y atender. Resolvió el tema dejándose caer de espaldas al timbrazo mil.
Así permaneció otro rato con la muerte insistiendo detrás. Si todo tenía un límite, quedaba claro que los muertos no entraban en ese todo. Pegó un salto y aterrizó sobre el teléfono.
―¡Está bien, está bien, ya estás muerto! ¡qué sigue ahora!
―Eso me pregunto cada vez que termino de leer sus libros, señor Roich.
Treinta y pico de años. La voz apretada. Algo rechoncha. Estudiante de comunicación o de sociología. Estaba viva, al menos de una manera orgánica.
―No entiendo ―dijo Mario refregándose los ojos.
―Pues ya somos dos ―dijo la gordita.
El escritor corrió una silla, se sentó en ella y llevó su mano al interior de sus calzoncillos.
―Sé clara.
―Séalo usted. Su último cuento parece el diario íntimo de Pitagoras. No entiendo nada.
―¿Qué parte?
―Todas las partes.
―Elegí una.
―El final.
―Susy le arranca el pene con la boca a su hermano. Ánimo, no es complicado. Adiós.
―Veo que nunca intentó arrancarle un pene a alguien.
―Me refiero a que el final no es complicado.
―Y yo me refiero a que no lo entiendo y no veo que haya nada para reflexionar, salvo lo del tenedor en la frente, y aun así…
―¡Ey ey ey! ―interrumpió Mario ―yo escribo cuentos para que la gente lea. Si querés reflexionar puedo escribirte una carta documento.
―Bueno, bueno… sólo le digo que su cuento no me dijo nada.
―Para decir algo tengo a los lectores. Ellos siempre saben qué decir.
―Vamos, todos quieren decir algo. Para eso se inventó el arte, así hasta los que no tienen qué decir lo dicen de todos modos.
―Deberías saber que todo se trata de un puto asunto semántico y que no hay nada para decir mas que de acuerdo. Y para eso no necesitás arte ni una máquina de escribir. Sólo lo decís. Incluso podés no decirlo, callartelo, como una arteria tapada que deja de pasar sangre. No dice nada, pero el mensaje llega igual. No es el que esperan todos, pero llega.
―¿Ésta es la parte en la que se hace el escritor ermitaño que no comparte su secreto y que sólo escribe para él?
―Veo que entendíste una parte sin que tuviera que explicartela.
―Je... no se engañe, Roich, sus cuentos son publicados todos los meses en Literathos. Estoy segura de que para alguien debe escribir.
―Claro que sí. Ese alguien es el que me firma los cheques.
―De todas formas, dudo que tomar un pedazo de la vida de alguien y anotarlo en un papel signifique escribir. Si al menos ese alguien llevara una vida interesante.
―¡Vida interesante! ¡ja!... vos debés ser una de esas personas que viven en un libro de Paulo Coelho. Mi amor, el hombre ya se enteró de que la vida no es interesante. Y si escribo es para que al menos lo parezca.
―Pero usted escribe sobre la muerte...
Mario bostezaba.
―...eso sin mencionar cuan alejado está de la literatura inteligente en donde el autor no subestima al lector y confía en que hará lo que él le indique sin necesidad de indicarle nada. ¿Me entiende, Roich? Cosas no escritas metidas entre cosas escritas. De eso se trata la escritura, Roich. La buena escritura.
―La lectura ―dijo Mario ―la lectura se trata de eso. Nadie sabe hasta ahora de qué se trata la escritura. Y no creo que se termine sabiendo.
―Es lo mismo. Una cosa no vive sin la otra. ¡Todo el maldito mundo es un espejo gigante!, ¿no se da cuenta?
―No.
―¡No le creo nada!
―Me da igual.
―¡Engreído!
Mario miró hacia el techo como si recién se enterase de que existe uno. El movimiento dentro de los calzoncillos cesó de golpe y con un tono demasiado ausente y perturbador preguntó:
―¿De qué lado del espejo estamos?
La gordita respondió soprendida:
―¿Perdón?
―Lo que digo es; ¿y si somos nosotros el reflejo? Horas y horas acomodando pelos, explotando granos, mirando nudos de corbata, levantando tetas con los ojos― se echó hacia adelante con la espalda erguida ―¿Y si sólo estamos obedeciendo a alguien?... ¡Mierda! Adiós personalidad, adiós derecha, adiós izquierda... ¡adiós todo! La vida de alguien…¡eso es!, ¡estamos viviendo la vida de alguien al otro lado del puto espejo!
―Cálmese, que usted no está ni de un lado ni del otro. ¡Usted está metido en su propio culo!
―Lo irónico del asunto es que el pelotudo que está en el espejo se debe estar preguntando lo mismo.
―Dígame, Roich, ¿por qué no toma carrera e intenta pasar al otro lado? Lo peor que puede pasarle es quitarse la duda. O la motricidad del cuello, o de las piernas, o de quién sabe qué más (si es que aun no la perdió, claro, ji ji)
El escritor apuntó bruzcamente a la televisión. La espalda se derrumbó contra el respaldo de la silla y los calzoncillos comenzaron a moverse otra vez.
―Voy a cortar, cerdita.
―¡Claro que va a cortar!, si ese es su tipo de final preferido, cortar en medio de todo, cuando nada quedó claro.
―Hasta la vista, baby.
―¿Sabe qué, Roich?, ¡usted no es un buen escritor!
Al terminar de pronunciar su veredicto, la cerdita separó el tubo de la oreja y lo miró con algo parecido a la sorpresa. En la otra punta de la ciudad, Mario golpeaba duramente la mesa con el suyo.
―¡Oíme bien, cadáver! ―exclamó con la misma dureza con la que acaba de martillar un mueble.
―Creo que ya oí bastante ―interrumpió el cadaver ―. Usted no tiene capacidad para recibir ninguna crítica. ¡Debió haber pensado en otra carrera cuando eligió ser escritor!
―¡Las bolas! No importa la carrera que elija si mi nombre va a seguir apareciendo en la guía telefónica. Y ser escritor no tiene nada que ver con las críticas. ¡El escritor escribe y ahí se termina todo! Cuando soltás a un perro rabioso lo primero que hace es correr en busca de carne humana. Y más de uno vendrá con el culo incompleto a reclamarte y no vas a poder hacer nada porque el perro no te pertenece más. Los escritores soltamos la correa y que de la bestia se ocupe la gente.
―Pero las críticas podrían enriquecer su escritura. Es un hecho científico. La próxima vez el perro quizás hasta podría jugar con ellos.
―El perro ahora está jugando en mi patio con un trozo de culo. Y lo único que vas a lograr es ponerlo más rabioso.
―Eso quiere decir que la crítica funciona.
―No, eso quiere decir que con mi próximo cuento gran parte de tu culo va a estar en mi patio.
―Por eso mismo, puedo alterar a su pichicho, su innmundo pichicho literario. La critica funciona, Roich.
―Decime, ¿qué talle de pantalón usas?
―Cincuenta y cinco, ¿por qué?
―Hmm… voy a tener que agrandar el patio.
―Sin duda, usted debería ser carnicero, ¡un carnicero vulgar y panzón!
―Soy vulgar y panzón. Un escritor vulgar y panzón. Por eso es que estamos dándole vueltas a este tema.
―Bueno, ya que se la da de escritor, fíjese que…
Era el momento. Mario apuntó el brazo hacia la mesa y se dispuso a colgar cuando sintió una especie de aleteo de mosca salir del tubo.
―…bla bla bla bla...
¿Qué demonios quería esta vaca? Decir algo, era eso. Decir su algo. El algo que todos tienen para decir. Decir algo, decir algo. Quizás las palabras con las que se resumía todo el asunto, y probablemente, todos los asuntos del mundo.
La mano con que Mario se revolvía los genitales ahora revolvía sus ojos en señal de comprensión mientras se inclinaba hacia adelante y le preguntaba a la mosca obesa:
―¿Qué es lo mejor que leíste en tu vida?
― La saga de Crepúsculo.
Hubo una pausa de dos segundos en la que nadie habló. Ella decidió terminar con esa pausa.
―¿Hola?...¿Señor Roich?
Cleck

Ese es mi marido prendiendo el ventilador. Había estado en el bar toda la tarde. El muy tonto lo puso al máximo; tuvimos que ir a buscar el bebé a la terraza del vecino. Fue muy divertido.

27/7/10

CUANDO LOS PERROS

      Había dejado mi campera en un sillón junto a otras camperas. La gente iba y venía. Yo iba y venía. A la campera le ocurrió lo mismo excepto la parte de "venía".
Cumplí con la pantomima de dueño angustiado y revolví entre las otras porquerías mientras interrogaba a una mujer cruzada de piernas, que sin despegar el vaso de su boca movió la cabeza hacia los costados. Le agradecí con un bostezo y deduje que era momento de reconocer que era una campera de mierda y que debía marcharme de esa fiesta.
Afuera hacía frío y obviamente ahora se notaba más. Me palpé los bolsillos del pantalón y todo estaba bien. Llaves, cigarrillos, documento. Maldición, el celular estaba en la campera. Agaché la cabeza. La puta que lo parió.
Enseguida recordé que había sido un regalo de mi hermano. Hubo una ligera pausa. El frío me apretó más. Subí la cabeza y me quedé un rato largo mirando al cielo. Lo hacía con los ojos cerrados. La puta que nos parió a todos.
Caminar. La mayoría de los problemas de mi vida se habían arreglado caminando. Fui hasta la esquina y baje por Paraná. Tenía treinta cuadras a mi disposición. Las caminaba de una manera extraña, mezcla de furia y un tiro en la nalga. Claramente no lo estaba aceptando por las buenas. Claramente no tendría que haber ido nunca a esa conchuda fiesta. Gruñía y arrancaba hojas de los árboles sin detenerme y sin ver lo que arrancaba porque lo único que veía era que no tendría más celular. Pude haberle extirpado un dedo a alguien y enterarme al otro día cuando metiese la mano en el bolsillo y notara que a mis llaves le salieron uñas. Pero siendo las seis de la mañana no había nadie con quien meterme. O sí, pero yo sólo arrancaba cosas y me adaptaba a la idea de vivir sin un celular.
A mitad de camino saqué mis cigarrillos y se me ocurrió que podría aprovechar la jugada y dejar de fumar. Aquello me caía perfecto para equilibrar el asunto ya que los cambios de a uno jamás me habían funcionado. Cuando me echaron de la fábrica me rapé la cabeza y ya no pensaba en la fábrica porque en el espejo tenía demasiado en qué pensar. Es instintivo. Si hay un cambio enseguida tiene que haber otro.
Finalmente el paquete rebotó contra el piso y algunos cigarrillos quedaron desparramados. Parecían cadáveres. Lo eran.
En tres pasos las cosas habían dado el vuelco esperado. Lo único que repondría sería una campera. Para comunicarme usaría la boca y algún teléfono público. En cuanto a mis contactos… ¡mierda! me acababa de morir para varias personas. Magnífico.
Entonces dí la vuelta y retrocedí unos metros. Me agaché. Tomé uno y me lo puse entre los labios. No mereceré muchas cosas, pero éste sí.
Faltaba poco para llegar cuando me enteré de que me seguía un perro. Era demasiado previsible que algo así sucediera. Que Dios encontrara la manera de estar metido en esto. Bien, vamos a acariciarlo. Buen chico. La segunda cosa previsible sucedió cuando el perro entendió que ya me pertenecía. No lo culpo. Antes de que me quedara sin opciones le pegué un par de zapatazos al piso e improvisé unos sonidos con la boca suficiente para que comprendiera mi intención. Retomé la marcha. Estaba cansado. Mis rodillas habían envejecido de golpe. Volteé hacia atrás un par de veces y fue fácil darme cuenta de que el perro había comprendido mis planes perfectamente. Doblé en la esquina, ya no tenía que caminar más.
      Abrí los ojos cerca de las dos de la tarde. El teléfono sonaba sin parar. No atendí. Se repitió la acción dos veces más, ambas con el mismo final. Me había propuesto atender la próxima vez, levantarme y caminar descalzo hasta el comedor para ponerle fin al asunto. Y así fue. El frío del piso me llegó hasta el culo y yo levanté el maldito tubo.
―Diga.
―¿Usted perdió algo ayer?
Mierda. Me había olvidado por completo.
―Si señor.
―¿Lo quiere recuperar?
―Creo que lo que importa es lo que quiere usted.
―Doscientos por las dos cosas.
―Le doy cien por una.
―Hecho.
―¿Dónde y a qué hora? ―pregunté.
―En una hora, en la esquina de… usted ya sabe dónde.
―Supongo que donde perdí mis cosas.
―Exacto. Óigame, ¿cuál le llevo?
―Las dos.
―Pero usted dijo que…
―Lleve las dos, no se preocupe.
―Bien. No quiero cosas raras.
―No las tendrá.
Me eché en el sillón. Perdí la mirada en mis pies fríos y ennegrecidos de mugre. Me levanté de un salto y regresé a la habitación a cambiarme. En tres minutos estaba en la vereda, echándole llave a la puerta. El viento me desenroscó un poco la bufanda. Me la acomodé. Luego caminé hasta la esquina y me metí en Paraná. El perro estaba tirado en el pasto. Ni se movió.

19/7/10

COSQUILLAS BAJO EL GAMULAN.

Se bajó el pantalón pegando el culo contra el espejo mientras retorcía el cuello hasta mirarse por encima del hombro. Allí estaba el hijo de puta, escondiéndose detrás del elástico de la bombacha, violeta y amarillo, chorreando dolor y lágrimas de un arco iris despintado en una hoja por wisky derramado.
Se puso a llorar sin saber si era por la trompada o porque el pantalón ya no le sube. O porque le cortaron el gas y esta noche le tendrá que volver a servir la comida fría.
Dice que lo ama. Que amar es plastilina. Que amar pica en las costillas.
Despierta con 90 kilos encima. La misma misa cada madrugada, el jadeo, el aliento séptico, la eyaculación, los espasmos, la noche negra a partir del techo descascarado.
Hoy salieron a pasear. Dos grados. Él la abraza y ella se pega el gamulán al pecho. Estoy bastante seguro de que está escondiendo algo.

2/7/10

LO QUE ME PIDAS

Mario miraba la televisión desde el sofá con una mano en el control remoto y con la otra hundida en el cierre de su pantalón. Moldeaba aquello con paciencia y elegancia, igual que un chico en clase de plástica dándole forma a un angelito de crealina. Dos golpes en la puerta lo levantaron de un salto y el angelito voló a su nube. Mario caminó hasta la puerta subiéndose el cierre y la abrió sin preguntar.
―Hola ―dijo Susy.
Le besó al vuelo la mejilla y entró. Apoyó la cartera sobre una mesita y se quitó la bufanda mientras él se frotaba la humedad que había quedado en su cara. 
―Ponéte cómoda. Hacé de cuenta de que estás en mi casa.  
Susy largó una risita y tomó asiento. Mario fue hasta la cocina por dos cervezas. Regresó y se echó en el sillón al lado de su invitada. Lo había notado mientras abría la heladera, y una vez allí sentado lo confirmó; Susy parloteaba sin parar.  
―Lo intenté ―decía ―. He quedado como una idiota mil veces y nadie supo explicarme qué significa la frase “que valga la redundancia“. 
―¿Para qué querés saber? 
―Es una frase misteriosa y creo que me sumaría clase si la digo más seguido.  
Mario se llevó un cigarrillo a la boca.
―No sé lo que significa esa frase ―lo encendió y soltó el humo― pero estoy bastante seguro de que lo que acabas de decir es una boludez. 
―Bueno, ahora sabes por qué necesito de esa frase. 
―Lo que necesitas es decir menos boludeces―dijo ― vas a ver cómo la clase llega sola. 
―¡Que valga la redundancia! ―exclamó Susy mientras brindaba al aire y reía y bañaba con cerveza todo lo que estuviera a su alcance. Mario simplemente la miró y se mordió los labios. Acabó su bebida y fue por dos más.
Volvió al sillón. Susy ya no estaba. Oyó al inodoro encargarse de lo que nadie quiere encargarse y la vió salir del baño renovada, pasándose las manos por la pollera mientras avanzaba hacia él. Fue cuando se dejó caer al lado de Mario, por no decir encima, que el numerito comenzó. Lenguas, salivas, amígdalas, manos. Nadie supo quien lo había iniciado y se sentía como se deberían sentir dos linyeras hambrientos comiendo del mismo montón de polenta. Susy no había cerrado los ojos, nunca lo hacía, y en la ventana que había detrás de la cabeza de Mario pudo ver el reflejo de dos puercos tragando la porquería multicolor que un granjero les echaba encima. Lo próximo que hizo fue mirar hacia otra parte. 
Mas tarde la cosa de Mario estaba en la mano de Susy y ésta tironeaba de ella como si quisiera quitarla de ahí. 
―Quiero besarla―susurró―quiero besarla hasta que sientas que no la tenés más ahí. 
―No creo que tengas más opciones ―dijo él.
Siguieron chupándose las bocas. Los besos de los que hablaba Susy se demoraban. Continuó jalando. 
―¿Y qué me das a cambio? ―preguntó ella. 
―Lo que me pidas. 
―Quiero que me llames más seguido.
Mario echo la cabeza hacia atrás y las cejas se le fueron al medio de la cara. 
Susy insistió.
―Veámonos más.
―¿Más? ¿qué es más? 
―El martes no me trataste nada bien.
―Seguro no era un buen día, no hagas caso, sé buena chica y…
―¿Y hoy? ―apretó fuerte y dejó de jalar―¿es un buen día hoy?
―Puede serlo. 
―¿Me vas a llamar más seguido?
―Contá con eso. 
Retomó la jalada. 
―Bien. Voy a tomarte la palabra.
―¿Sólo la palabra?
―Sólo la palabra, cochino.
Se inclinó de una manera larga y aburrida y se llenó la boca con el pequeño angelito de Mario. Fueron bocanadas lentas y decididas. Participaron todas las muelas, incluso las de juicio, y la lengua jugó el papel de un actor que no se sabe el guión. Quiero besarla hasta que sientas que no la tenés más ahí, recordó Mario. Realmente deseaba no tenerla más ahí. Soñaba con quitarla de aquella bolsa llena de cangrejos y meterla en un pote de dulce de leche fresco. 
―¿Es un buen día, no? ―preguntó Susy desde allí abajo. 
―Es un día ideal para no haberte llamado nunca, ¡estúpida! ―pensó Mario―. Claro que sí, amor―dijo―no quiero que termine nunca.
―Jeje… puerco, sos un puerco… jeje… glup.
Susy volvió a su gracia. Los cangrejos tenían hambre y Mario ansiaba que terminara el día, la noche, el mundo, Susy. No resultaba para nada paraonoico pensar que en cualquier momento se la arrancaría de cuajo. Si algo había aprendido de la gente era a no confiar en la gente. Hay fanáticos religiosos que se levantan del último asiento del colectivo y reparten tiros como si fuera la comunión. El dentista mete un taladro entero en la boca de un paciente y todos dicen oh, que buen pulso Dr. Castiglione. Más tarde, el Dr. Castiglione vuelve a su casa y hunde un tenedor en la frente de su esposa. Lo deja ahí clavado y se pone a leer el diario en la sección de chistes. Sencillamente no existen razones para confiar en alguien que está sosteniendo tu pene con la boca. Lo entiendas o no. 
A Mario le sorprendió que todo el asunto se mantuviera erguido a pesar de que no pensaba en otra cosa mas que en retirarlo de la boca de Susy. Al cabo de un rato, la sujetó delicadamente de la cabeza y dio inicio a la evacuación.
-Bueno, bueno...
Ella se mostró indiferente, ininterrumpible, muy distinta a sus manos que se aferraron con fuerza a la funda del sillón mientras que ahora el único que tironeaba de algo era Mario. 

3/6/10

ORTIZ Y CAMARGO

Un joven en moto cruzó la avenida y estuvo a un pelo de atropellar a un calvito de anteojos. El calvito de anteojos le gritó forro y el joven de la moto frenó y se quitó el casco y le gritó la concha de tu hermana y el calvito de anteojos corrió hacia el joven de la moto para convertirle la cara en la concha de SU hermana. Una señora conducía por la misma avenida mientras chupaba de su cigarrillo al mismo tiempo en que se inclinaba sobre su culo para echarse un pedo. Estuvo un largo tiempo inclinada. Era un pedo largo y espeso. La señora se enderezó y comenzó a insultar. Que no podía ser, que no lo podía creer, que cómo podía oler de esa manera por dentro teniendo por fuera un culo así. Entonces se le cayó el cigarrillo de la boca y fue a dar entre sus piernas pellizcándole la carne con su punta roja y ahora todo se trataba de la puta que parió a ese cigarrillo y se trató de eso mientras el volante giraba como un ventilador puesto al máximo logrando amontonar sobre la vereda a un casco y a un par de anteojos y yo corrí hacia aquel desastre de arte moderno hecho de hierros retorcidos, calvicie y sangre y me desnudé y tiré la ropa sobre una cabeza calvita que colgaba muerta y saqué a bailar a una anciana y la anciana me dijo no y empecé a gritar que se jodan que se jodan y la gente se amontonó alrededor del caos formando otra especie de caos y no supe diferenciar a los vivos de los muertos porque todos me miraban de la misma manera y ni vivo ni muerto ni vestido corrí por la avenida dando saltos tratando de llegar al sol para quemarme los labios a besos sabiendo que de a poco y a su manera nos estaba llevando de a uno o quizás de a dos.

29/5/10

DE AMARTE

Cuando suceda no sonará un piano
Quizás alguien grite auxilio
Quizás alguien dispare un arma
El sonido puede hacer de la vida algo agradable,
o al menos que lo parezca.
O simplemente no puede hacer nada.
No hay remedio, ni lo habrá.
Lo saben tus amigos, los míos,
Lo sabe el empleado de la estación de servicio
Los criticos literarios también lo tienen presente
No te culparé, ni a mí.
Mucho menos a la muerte, ni a tu cintura, o a cómo se esconda dentro tuyo
Dios tampoco tendrá nada que ver. Nunca lo tuvo
No será tu madre, no será la mía, a pesar de que las escucho en sus cuartos con sus maridos,
matándome, matándonos.
Tu culo en aquellas fotos que me llegaron en un sobre anónimo, no será el culpable
Tu aliento a cigarrillo, tus lagañas secas a las seis de la tarde,
el amarillo acartonado de tus remeras a la altura de las axilas,
la manera en que me transmitirás que ya no me amas,
nada ligará la responsabilidad
De que un jueves
O un domingo,
sin esfuerzo, sin asombro,
Mientras tire de la cadena o mientras escriba un poema,
y cuando un piano se calle,
Yo deje de amarte.

22/5/10

PRINCIPIOS Y FINALES DE UN CIRCULO

      Avanzaban y no hacían otra cosa más que eso. Eran tres, sólo tres. Podía hacerlo, me las he visto peores. Tres, con el odio de catorce. Tres contra uno. Catorce contra mí. En el medio, Alberto, el mediador, el suplicador. El inútil.
Sus esfuerzos diplomáticos pronosticaban que iban a devorarme y parecía que cada intento por evitar esa situación aceleraba el momento de lo inevitable. Las cosas suceden y punto, ya se saben ese folklore. Y acá iba a haber baile. El desastre ya estaba organizado. O se lo evitaba, o se lo comenzaba. Me pregunté qué haría mi padre en un momento así y estrellé mi derecha contra la boca del más rechoncho. Más tarde comprendí que tendría que haber pensado en el padre de otra persona. El padre de Alberto me hubiese venido bien. El golpe fue seco y traicionero. Pero no movió ninguno de los ciento veinte kilos de aquella rechonchez. Dientes, ojos, tetas, gordo. Todo en su lugar, menos yo, que ya me encontraba corriendo como un loco hacia el sol, de la misma manera en que ellos lo hacían atrás mío. 
En la esquina me quedé sin aire, suficiente para deducir que hoy me tocaba morir, y no pensaba hacerlo sin antes apretar los puños y repartir muestras gratis de mi amor a este trío de peleles. No iba a ser el final de un poema. De cualquier manera, mi vida nunca se había parecido a uno.   
Recuperé el conocimiento gracias a una patada en la espalda que técnicamente me puso de pie. Mis puños estaban intactos. La lengua me sabia a monedas y mi cara se sentía rara, más grande que el resto del cuerpo o que el resto de las caras. De hecho, se sentía como tendría que sentir los puños. Lo único que sabía era que estaba corriendo otra vez. En el boleo me tragué un diente. Gusto a ausencia en la boca. Mañana sería un día terrible, un espejo terrible, con algo terrible en él. Poco me importaba, la parte más interesante la llevaba encima. Estaba vivo.
         Seguí corriendo. Ellos no. El sol estaba cada vez más cerca y pude sentir el odio y el homicidio en mi nalga derecha después de haber sido alcanzado por un pedazo de ladrillo. Realmente me sorprendió la puntería ya que les había sacado una cuadra de distancia. La conclusión fue que un desgarro me acababa de dibujar otra raya en el culo. Al cabo de unos segundos, correr y defecar grandes cantidades de lava volcánica comenzaron a significar lo mismo. Me zambullí en un volquete y ahí me quedé. Gemí tres veces y en cada vez lo nombré a Dios. Eché unos escupitajos marrones. Las piernas me temblaban y me hice la idea de que en algún momento se irían corriendo solas. Era evidente que necesitaba serenarme. Un avión me había aterrizado encima y debía asegurarme de que durante los próximos minutos no tomaría ninguna decisión. Asomé la cabeza en todas direcciones buscando restos de hostilidad que afortunadamente no encontré. Volví a nombrarlo a Dios una vez más y resultó que Dios era su pseudónimo. Eso explicaba millones de cosas, incluso cosas de mucho antes, y hasta cosas que nada tenían que ver conmigo. Lo último que hice antes de salir de mi bunker de basura fue despegarme una toalla higiénica del zapato. Enfilé hacia lo de Alberto y eché a andar. Por supuesto que tuve que desviarme; no querría llevarme una sorpresa en el camino. Ni tres. 
Lo vi apoyado contra la reja, cruzado de brazos. Me vio venir; no hubo una sola mueca. Me refiero a muecas de alegría.
---Existe gente que fracasa apropósito,--- dijo---creo que los psicólogos le llaman placer negativo.
---Hay gente que es feliz gracias a esos fracasos.
---Nadie es feliz fracasando.
---Hablo de tus conchudos psicólogos. 
Alberto se mordió el labio inferior y negó suavemente con la cabeza.
---Ay Carlos… Carlos… qué pelotudo sos. Mirá como tenes la boca.
---Es un mundo pelotudo, Albie. Nadie se salva--- escupí sangre y me pasé por los labios todo el largo de mi índice.
---Mirá a ese de ahí,--- perfilé mi cabeza hacia un tipo que estaba desinflando la goma de un auto estacionado en la vereda de enfrente---debe creer que es un pillo y no sabe que él también es otro pelotudo. Vení, vamos a darle su dosis de placer negativo. 
Escupí de vuelta y bajé a la calle. Alberto pronunció una especie de no y me sujetó del antebrazo. Yo me solté. Cuando coloqué al aspirante a pillo en la mira, lo empujé y rodó por el asfalto como una lata de arbejas vacía.
---¡Dejálo, boludo, dejálo!--- gritó el valiente de Alberto.
Sentí un poco de lástima hasta que comprendí que no se trataba simplemente de un pillo, sino de tres. Dos más aparecieron al mismo tiempo en que el pillo número uno se levantaba. La cara de Alberto se llenó de muecas, una encima de la otra, y no me refiero a muecas de alegría. Maldita sea, sólo quería mi porción de justicia, y ahora el mundo se resumía en tres cosas que avanzaban y no hacían otra cosa más que eso. Eran tres. Sólo tres. Podía hacerlo. Me las he visto peores. Tres, con el odio de catorce. Tres contra uno. Catorce contra mí.

31/3/10

LAS PENAS Y LA BOMBACHA

          Carlos enroscó la feta de queso en un cuchillo y prendió la hornalla. Fuego azul bajo cena amarilla y rancia. La hacía girar en su lugar mientras se despegaba el calzoncillo de la raya, sin motivos para suponer que el teléfono sonaría en unos segundos y lo dejaría sin tiempo para comer ni para cambiarse el calzoncillo. 
          Inés era alcohólica. Desde su divorcio vivió, o durmió (dá igual el verbo) desparramada en un sillón, en una casa de persianas bajas y un agrio olor a encierro que invitaba a tomarle el pulso cada vez que alguien entraba. Bastaba con verla para imaginar que Dios la había soltado desde una nube dejándola estrellarse contra aquel sillón como si fuese un jarrón hecho añicos y que nadie se ocupó de barrer.  
A veces se alejaba sobria rumbo a la plaza, de la mano con su cigarrillo, bañada en sol, a comenzar de cero. A su regreso le comentaría a su hijo Esteban acerca de retomar las clases de modista. Su aliento apestaría a pochoclo y las persianas estarían enrolladas bien arriba. Pero a Esteban le tocaban las comisarías y a su amigo Carlos los hospitales. Las noches fueron frías y demasiadas, cada una con su final feliz, porque felicidad era Inés durmiendo sobre el pasto y no bajo una sabana de morgue con expresión de huella de tren. 
          El queso llovió sobre la hornalla y el auto de Carlos no había llegado a detenerse del todo cuando se bajó. Su corazón era una especie de cadáver claustrofóbico que se acababa de despertar adentro de un ataúd conciente del tipo de situación en la que se encontraba. 
Dio tres zancadas hasta la entrada. La puerta estaba abierta y pudo verlo a Esteban estrellado contra el sillón. Se retorcía y lloraba como un pez atrapado en una red a punto de convertirse en pescado. Un tema semántico que marcaba la diferencia. Vaya poder el de la palabra.
Carlos permaneció rojo y estúpido. Los latidos fueron cabezazos mientras la ducha rascaba el lado izquierdo y recostado de Inés. 
          El velorio no fue muy diferente al resto de los velorios. Extraños riendo. Extraños llorando. Extraños pidiéndoles a otros extraños que les avisen si saben de algún puesto de trabajo disponible. Y por supuesto, las coronas, de parte de los extraños que no pudieron asistir. 
Fue martes. Un día fabricado con partes del sinsentido de la humanidad. Para Esteban mañana también sería martes. Tambien lo sería pasado. Pero pasado fue jueves, y al pie del pequeño escenario se encorvaba para colocar un billete de veinte en la cadera de una bailarina medio desnuda y algo tambaleante por sus problemas de alcohol. 

18/2/10

MAHOMA PREFIERE EL MAR

          Arturo odiaba los boliches. Odiaba las sillas que volaban afuera y las vidas que aterrizaban adentro. Odiaba los boliches, pero más odiaba estar en uno. No le quedó más remedio que atornillarse el codo a la barra y llenar su odio con alcohol. Había mujeres que se paseaban por delante y él les manoseaba el pelo como si planeara quedarse con algún mechón. El brazo siempre volvió vacío. 
Pasada la primer hora tuvo que visitar el baño. Contra el espejo dos jovenes supervisaban sus peinados mientras comentaban el éxito de la noche. Se los veía excitados; borrachos o drogados. O todo junto. Gritaban y se sacudían y había que imaginar lo que decían porque sólo se entendió que demandaban atención. Uno de ellos no paraba de sacudir el puño mientras el otro le sonreía degeneradamente, concluyendo en que había ligado una regia masturbada. Quizás él había masturbado a alguien. O mejor aun, se iban a masturbar mutuamente y estaban ultimando detalles. De cualquier manera, Arturo prefirió bajar la cabeza y encargarse de su asunto. Ellos siguieron ultimando detalles. 
          Regresó a la barra. Los culos se contoneaban a partir de sus dedos estirados y deseosos. Recordó las películas en cuyos finales el protagonista se entera que está muerto. Es una posibilidad; muerto e invisible. Atorado entre el mundo y el resto del mundo. Podría apretarle una nalga a aquella gordita y nadie lo condenaría porque los muertos no tienen la culpa de nada, mucho menos de que a una gordita desagradecida le moleste que le abollen la piñata.  
Hay una rubia, con el cuerpo salido del canto de un canario azul, que sonríe y que baila y que nadie sabe que acaba de echarse un gas. Ella lo huele. Piensa en su miseria y en la tarta de puerro. Sigue sonriendo y cantando y bailando y siendo hermosa, y a su lado alguien le compra tragos y amor. Arturo observa, huele, escucha, se echa uno; sonríe. Se dobla bajo su espalda y con el mínimo de vida que necesita alguien para arrastrarse, derrite su cuerpo viejo y gris sobre un colchón sucio, en medio de un silencio que apesta a tiempo, a mucho tiempo. Las ratas atraviesan la nada y el todo, que por fin significaban la misma cosa, y Arturo se duerme pensando. Imaginando. Parecido a vivir. 


16/2/10

TAXI

Antonio se fue de viaje y dejó algunas indicaciones y beneficios en la contestadora de Carlos. Servicio de tenedor libre y pase vip al somier de dos plazas a cambio de regar las plantas y de cuidar 300 gramos de pelo y hueso desprolijamente pegados en forma de gato recién nacido al que había que llamar Salomón.  
Salomón iba y venía a mansalva entre los pies distraídos de su cuidador. Hubo sustos e insultos. Hubo manchas en los calzoncillos. Carlos imaginaba lo peor. Y lo peor incluía una feta roja y peluda en el piso del comedor, un pozo en el jardín y una nota en la mesa. Mientras permaneciera sentado las cosas resultarían bastante bien. 
La puerta del baño siempre estuvo abierta sin importar de que lado se sentara. Usaba pantalones sólo para salir a comprar cigarrillos. No necesitaba vestirse para atender el teléfono ni para escarbarse la nariz. Mucho menos para decirle no a un testigo de Jehová a través de una cortina casi invisible. 
Los días se estaban llevando la parte comestible de la heladera y la parte verde de las plantas. Arrasaron con todo lo que tuviera que ver con Antonio el meticuloso, dejando en la pileta de la cocina la vajilla sucia de Carlos el sucio.  
Es de noche y la avenida es larga. Carlos está en el balcón cenando una empanada de lo que hace una semana fue pollo. Se rasca una nalga, no porque le pique, sino porque eso hacen las personas libres. 
En medio de su desnudez los ojos se le expandieron por toda la cara como si hubiese recordado que Salomón tenía que comer. Soltó su cena sobre los coches y aún agarrado a la baranda disparó su pierna criminal hacia la cocina. Hacia lo peor. 
- ¡Gato de mierda y la puta que te parió!
Se cambió los calzoncillos y le chifló a un taxi. 

Y VESTIRE MI SACO MAS AZUL

Adiós, doctor Ferro, saludos a su esposa. Carlos Roich salió del consultorio con un sobre grande y la mirada como una camisa saliéndose del pantalón. Bajó dos escalones y caminó. La boca mitad abierta, mitad de pescado. Avanzaba de una manera espesa y el cielo nunca había estado tan azul. Al llegar a la parada del 63 lo abrió y revolvió. No vas a entender nada Carlitos, soltá. 
Se ubicó en un asiento del fondo y corrió la ventanilla. Sintió el calor del motor bajo sus glúteos, similar a orinarse encima. Lo próximo que supo fue que el motor estaba en la parte delantera del colectivo. 
Dos meses. Si lo que está en el sobre no puede ser una pesadilla, que sea entonces la mancha de tinta de un tomógrafo imperfecto, o el carozo de algo tragado sin querer. Que sea un error. Un simple y estúpido error. Buenas tardes señor Roich, llamamos para comunicarle que por error le entregamos los estudios de otro paciente y que a partir de mañana puede pasar a retirar los suyos por el departamento de salud óptima. Sepa disculparnos. 
Dos meses. Adiós mundial. 
Para Carlos, vivir y morir significaban lo mismo. La planta vive. La planta se pudre. La planta se muere. Vivir, pudrir, morir. Un asunto semántico. Pero la fiesta había terminado, y era hora de saludar.  
Se echó en la cama y pensó que así sería. Boca arriba y con los dedos enredados en un rosario. La piel hecha una mayonesa fuera de la heladera durante sesenta días y sesenta noches. Te manosearían la frente y las manos y te preguntarían por qué y cómo. Sobre todo Antonio, el bueno de Antonio, que te corta la mayonesa con sus lágrimas y que sabe que le quedaste debiendo 4.000 pesos. Y tu madre, llorando con todas las partes de su cara concentradas en el frunce de su boca porque la muerte de un hijo…
- Diga.
- Carlos.
- ¿Quién habla?
- Tu primo.
- Antonio… ¿cómo andas?
- Seguramente mejor que vos, sonás a algo que se va a morir.  
- Estaba durmiendo.
- Oíme, voy a estar por allá para las vacaciones de invierno. Tenés seis meses para juntar la guita. No te podes quejar.
- Si me tengo que quejar de algo va a ser de tu olor a pata.
- Je je…

Antonio, el bueno de Antonio. 
Cinco minutos. El doctor Ferro habrá acertado en cinco minutos y dejarás de camuflarte en el calor urinario de tu colchón. Te morís así, reseco e inmóvil tras los barrotes de tus costillas, oliendo a vos, a vos muerto. No te apresures Carlos, en cinco minutos podrás oler a lo que quieras. En cinco minutos, alguien en el cielo dirá vaya vaya vaya… 
Falta un minuto. La vejiga dejó de arder. Sos un milímetro cuadrado de actividad cerebral, suficiente para saber que vas a morirte. Porque ya nada tenés que ver con tu vejiga ni con tus uñas largas ni con el amor ni con la semántica. Carlos vas a morirte. Nacerán mil niños durante estos segundos que demoran en llegar. La planta se muere. No era un carozo. Adiós mundial. 


Después de los gritos y el dolor, vino el silencio. Luego el llanto y las sonrisas y la vida. Señor y señora Lorchstein, los felicito, es una niña.  

MONTAÑAS DE CUADRO Y DIENTES

Carlos se sienta en los pies de la cama a la sombra de su joroba. Levanta su pesada nuca, su pesada mirada, y se detiene en un cuadro que cuelga muerto y torcido de la pared. Montañas; bah. Caminó hasta el baño. En la cabeza le faltaban algunos pelos, y al amasarse la cara frente al espejo, supo que le faltaban algunas personas.  
Así que, medio calvo y medio solo, se tragó el café y partió rumbo al videoclub en donde cumplía con el trabajo más tedioso que un hombre podría soportar: atender a otro hombre. 
El olor a aserrín mojado del que estaba hecha la gente comenzó a sentirlo en el colectivo. Quejas sentadas. Quejas paradas. Todo era queja y olor a jaula de la bestia más presa y quejosa del mundo. En el video, un judío ortodoxo con dos bucles más ortodoxos que él, se decide por Mundo Travesti II. Más tarde, una señora no estuvo de acuerdo en abonar el recargo por devolución tardía. 
- No podes cobrarme 50 pesos por una película de mierda.
- Señora, la tuvo 7 días. El alquiler es por 24 horas.
- Sí pero igual, ¡es una locura!
- Entonces vamos a rebajarle 10 pesos a su locura.
- Hace como quieras, ¡yo acá no vuelvo más! Cobrate los 40 que me voy.
- Si no va a volver más voy a tener que cobrarle la locura entera. Son 50 pesos.
 
La peor parte se la llevaría el chofer del colectivo que la mujer se tomó luego del incómodo momento en el videoclub. Él se acababa de divorciar, y a ella la habían estafado con una película de mierda. 

Calentó su comida con dos minutos de cáncer en el microondas. Por el aspecto era pizza. Por el sabor no era comida. Las montañas permanecieron hermosas en aquel cuadro. Ya no lastimaban las espinas de sus plantas, ni calentaba el aliento de sus bestias. Se quedó mirándolas hasta que acabó su cena. Eructó. Se quitó los pedazos entre los dientes. Luego echó alcohol en un trapo y se lo paso por los renglones rojos de su cuerpo desnudo y masticado. 

29/12/09

POEMA DE AMOR PARA UNA MUJER MALA.

Las tetas eran dos estalactitas de tiempo. Masticarlas y masticar algodón de azúcar significaban lo mismo: nada. Como mover los labios de una manera sonámbula mientras sueño que atrapo burbujas con la boca. O lo mismo, pero sin soñarlo. 
Toda ella excedía la soberanía de su cuerpo para derramar su mantecosidad sobre el mío. Tenía la piel suelta y bailarina, y usurpaba gitanamente el espacio que la rodeaba y que me rodeaba. El culo era subliminal. Apenas una línea de referencia para saber donde encajar la bombacha. Lo que fuera que ese culo pudiera ser, lo era en otro lado porque donde debía estar no estaba.  
Una vez me dijo te amo mientras lo hacíamos. Pensé en los viejos que cazan charlas en las veredas. Políticos, precios y colectivos. Siempre la misma y mundana necesidad de hablar de la misma y mundana cosa. 
Lo seguimos haciendo en silencio.

14/12/09

ENTRE VISTAS

Camisa, pantalón, zapatos. Curriculum.
No había cola. Sólo obreros, polvo y cumbia. Cabía la posibilidad de haberme equivocado de lugar. Pronto volvería a mi cama. Ahí sólo exigen un minimo de calzoncillos.  
No hubo error. Todavía era temprano para colas. Imaginé que al país le estaba yendo bien.  
Camine sobre unas planchas de madera hasta dar a un salón lleno de personas que se habían levantado más temprano que yo. Éramos varios y competíamos en silencio. Nos avergonzábamos en silencio. Si estás ahí es porque alguien no te quiso. Eso siempre está claro. Eso siempre dá verguenza. 
Un hombre, con amabilidad evangelista, me entregó un formulario para completar con mis datos. Datos que llevaba en mi curriculum.  
Nombre: CARLOS. Apellido: ROICH. Sexo: A VECES. Me detuve. Nunca tenía sexo. Me rasqué el cuello. Puse masculino.  
Luego una rubia se puso a hablar de los valores de la empresa. De cómo nos convertirían en sus putas y de cómo lo disfrutaríamos porque para todas las putas había un comedor en planta GRATUITO. Fue entonces cuando supe que tenían planeado taparnos con carne todos los agujeros del cuerpo.  
Terminada la función un gordo nos llevó a mí y a mi formulario hacia un rincón. Tuve que contestarle las mismas preguntas que figuraban en el papel. Ya tenia un curriculum al pedo, un formulario al pedo y ahora un formulario de grasa y pelos, probablemente al pedo también.  
La entrevista terminó con un apretón de manos y una sonrisa (mía). El gordo estaba amargado porque le esperaba un día entero de preguntas y más sonrisas.  
Afuera seguían las planchas de madera y el polvo y la cumbia. Y una larga cola de gente que se había levantado más tarde que yo.  
Al país no le estaba yendo tan bien ahora. 







10/12/09

XIMENA CON E DE EQUIS.

Cuando se escribe, escribir es lo único que se puede hacer. Y a lo que se escribe hay que ponerle la voz de Morgan Freeman porque Morgan puede darle sentido a la vida con sólo escucharlo leer la receta de un pan dulce. 
Y si escribir no es tu negocio podes pintar. Hay más colores que palabras y lo peor que puede pasar es que te arranques una oreja. 
Dalí decía que cuando no tuviera más nada que pintar, firmaría las manchas de sus calzoncillos y luego se sentaría a contar dinero. 
En serio, considerá eso de pintar. 
Lo malo de escribir es que sólo eso se puede hacer. Lo bueno es que sólo eso se puede hacer. 
¿Me equivoco, señor Freeman?

23/11/09

VERSAVICE

No volví por la ruta de siempre. No por gusto, sino porque podía hacerlo.  Viejas. Moscas. Buzones. Facturas. Esta calle no tenia nada nuevo.  Excepto yo. Excepto ésta mujer gritándome en el oído que esa cosa celeste en sus brazos se estaba muriendo ahogada.  
Recordé la delicadeza que se requiere para tratar a un bebé. Lo hice porque de pronto comenzó a colgar de mi mano un pedazo de churrasco mitad vivo, mitad no.
Resultó que se le había resbalado mientras lo bañaba y ahora el agua en sus conductos me estaba complicando el día.  
Ella rugía. Él desaparecía bocabajo sobre mi izquierda como una bolsa de azúcar rota.  
Apreté su pecho, su estomago. Lo insulté. La gente comenzó a amontonarse.  
En el centro del mundo ella, su pedazo de churrasco y yo.  
Tres inútiles.  
Me lo arrancó con la misma demencia que había usado para echármelo encima. Después de gritarle y sacudirlo, lo alzó en alto, como colgándolo del cielo. Una cosa azul, colgando de otra. Sin oxigeno. Sólo el caos rompiéndome el tórax y arrancándome las piernas.  
El pedacito de algo estaba muerto.  
Los buzones y las facturas tuvieron más vida que nunca.  
Entonces lo descolgué. Volví a colocar la bolsa de azúcar sobre mi mano. Lo insulté de nuevo y le pegue una trompada en la espalda.  
Quizás en diez años alguien le cuente esto.
Quizás en diez años él no llegue a golpear la mía.


16/11/09

CALLOS.

La mano izquierda es libre. Un racimo de huesos, cuero y elásticos colgando de mi muñeca. Algo que está ahí, haciendo lo único que saber hacer. Estar ahi. Como la mayoría de las cosas.  
Me quito las lagañas y es como quitarlas con un palo. Yemas duras y lisas, sin esas rayas pequeñas y únicas. Sin mí.  
El cuerpo que me pica, es otro quien lo rasca. Y éste moco, es sólo una cosa.  
Sobran las uñas. Sobra el mundo a mi izquierda.  
Debería tocar la guitarra con el corazón y dejar tranquila a mi mano. 
Izquierda.

11/11/09

SOPLA.

El gallo se cayó de la veleta y el viento no sabe para donde soplar.   
Los pájaros derriten el cielo sobre los autos. Blancos y mierdosos pedacitos de cielo, sobre latosos pedacitos de geografía que ocupan tanto mundo, que las calles se hunden en el trafico. Que la gente se hunde en sus trabajos.  
Y un patio. Y una mesa. Las compoteras rebosantes de pasas de uva. El brindis. El cielo. Una bala. El gallo. El viento. La bala. La cabeza de Romina.
Una copa interrumpida y la botella trastornada. Las pasas de uva flotan muertas por el mantel.  
El momento equivocado es la casualidad haciendo poesía.

8/10/09

ESCRIBO.


En las hojas de mi prejuicio. En el velorio de un muerto que susurra vamos, no te engañes…
Enderezo los signos de interrogación. El empedrado de Triunvirato. Los pliegues de tu sonrisa.
Y en ellos escribo.  
Participé de una reunión de consorcio. Fue como apoyar la nariz en el culo del mundo. Pintura, bombillas, encargado. Todo olía a culo. Incluso el gordo que me preguntó si me estaba aburriendo.  
Claro que no, culo. Vine a escribir. A saborear tus expensas mal barridas y a colgarlos a todos ustedes como bombachas sucias y pegajosas de mi renglón.  
Y así como un niño que no sabe por qué le arranca las patas a una hormiga, los arranqué de la hoja.  
Y aprendí a hablar. De los judíos ortodoxos que miran películas condicionadas. Y a mirar. A tipos que no vienen, sobre cintas que ni van. Como yo, pero en la vidriera de un gimnasio.  
Es el ultimo final. Me encarcelo en mi sillón sin renglones.  
El control remoto está grasiento y no puedo llorar en los brazos de mi padre.  


24/9/09

MI SOMBRA MEA SOMBRA.

10/9/09

EXPERTOS ASEGURAN QUE SENTIDO Y DESTINO SE ESCRIBEN CON LAS MISMAS LETRAS.


Como con cada mala noticia, el café tenia otro gusto. Las canciones dejaron de decir lo de siempre. Mi madre habló más que nunca y el perro no se prendió de mi pierna.  
Todo había cambiado. Era mi primer día como animador de fiestas infantiles. 
Mi relación con los niños siempre fue una estúpida mueca ofreciendo un caramelo. Y esta zorra me daba 30 pesos y sólo tenia que divertirme y coquetear con las madres. Y en el culo tenia lugar para un intento mas.  
- Tienen 10 años. Va a estar tranquilo hoy, dijo, minutos antes de que a lo lejos se oyera Y Macri no hace nada, y Macri no hace nada... 
Allí estaba su tranquilidad, derribando la puerta del salón. 
La tarde había muerto de varios tirones de pelo mientras yo comía palitos. Mientras las madres coqueteaban entre ellas.  
Pronto vendría la segunda fiesta. Un domingo, más martes que domingo. Había dormido unas horas. Donde tenia ojos ahora había cerveza. Y el aliento a quita esmalte era mi DNI.  
Tenían 3 años. Eran baldosas rotas donde bailaban los otros animadores. Y yo un azulejo desteñido a medio colgar, pensando en cuanto había gastado la noche anterior. 
La mirada de mi jefa me sugería baile. Tenía que esforzarme. Me salieron algunas sonrisas o hemorroides, no recuerdo bien. Mis pies lloraban humo con cada salto y mis brazos eran los de un susano en celo.  
Fume mi desesperación de regreso a mi cama y juré no jugar conmigo nunca más. 


31/8/09

SI EL AMOR TUVIESE LETRA...


Tengo en la heladera un huevo y la flema de lo que solía ser un kiwi. Una maceta en el patio donde nada mi pescado y una pecera en el living donde no. 
Se cumplirán tres meses desde que le prometí a mi hermana deshacerme de las cartas de su ex. Del envoltorio, aún patinoso, de su primer preservativo. Quizás de una foto junto a una orca tan muerta como ellos. Tan muerta como las entradas de cine que podrían ser miles si me atreviera a meter la mano en esa caja repleta de folletos de promesas que apela en la morgue de mi habitación por una autopsia inútil. 
Romina es el trabajo practico de Dios. El suelo eterno de mil ensayos nucleares donde crecen cosas entre comillas que Cosmo TV siembra. Un departamento de marketing bajándose del lado del acompañante, desarrollando una llamada de martes baja en desesperación.  
El culo no es el fin de la espalda, ni el principio de las piernas. El postre vigilante son dos pedazos de algo en la boca. No es preciso entender más.
Voy a pedir la cuenta en cuanto te escuche hablar de amor. 

(*) Cierta vez Warren, mientras caminaba con algunos de sus seguidores, encontró a un hombre joven dispuesto a quitarse la vida tendido sobre las vías del ferrocarril, y habiéndole preguntado - Desdichado, ¿qué haces ahí?… - el joven contestole llorando - Mi novia me ha dejado… - y Warren dijo - la verdad, es que podía haberte dejado en otra parte...

(*) Gracias Les Luthiers.

23/8/09

MONOLOGO DEL COLECTIVO: El TIC NERVIOSO QUE UN BLOG NO PUEDE DEJAR DE TENER.


“Selección nacional de olores / ensayada coreografía de apoyadas que el mundo genera cuando frena brutalmente bajo un semáforo”.

El otro día en el colectivo; así empiezan las historias que me gano en rifas de 1.75 en mis viajes a chacarita. 
Trofeos cansados del groncho que impone su cumbia sin auriculares, y del chofer que baja a comprar cigarrillos y a decirle al kiosquero que poco le importa si mi mierda y mis tobillos ya no se distinguen. 
Atesoro en mis pulmones un pedo sin apellido. El oxigeno ahora es un bolillero de ojos que rebotan contra culos y caras y contra un jogging erecto que toca el timbre para bajarse de su “parada“
Mitad hombre, mitad de anchoas, alguien cuelga sentado de un mp3. Con los labios enrolla un elástico de saliva adormecida y con la rodilla le hace upa a cinco paquetes de pastillas que jamás meterá en su boca porque su mamá siempre dijo que lo que venden en los colectivos tiene fecha vencida.
Mientras tanto, en el último asiento y bajo un apunte, la inercia del universo masturba a mansalva su joystick de poca pila.
Cuando la vereda se detiene juego al dígalo sin mímica con un peatón. Mi cuello se traba en un horizonte de bolsas de basura. De un yogur a medio terminar brota la mujer más diferente de mi vista. Sus tetas en simetría con mis pupilas parecen querer entrar por la ventanilla y quitarme del bolsillo el vuelto de un Viceroy para apagar el ruidoso discurso de alguien que quiere comprarle leche a sus hijos. Su nariz respira el alma putrefacta de un chipa quemado antes de llevar a su boca dos dedos poco femeninos para soltar un meteorito de vómito que con su interminable estela alfombrará pies y baldosas. 
Ya no tengo cara. Me la trague con una arcada. 
La vereda arranca y me quedo con el gusto a estomago que deja el descubrir que los colectivos se están quedando sin historias. 

4/8/09

DESPERTAME CUANDO ME PONGA VIEJO.


Su cabeza es un dvd rayado. No rebobina. No avanza. 
Y la oscuridad es un agujero en su bolsillo por donde se le cae la vida. 
Corre las cortinas y descubre un plasma con vista a una avenida de pornografía, terror y comedia. Se aburre. Junta del piso los gigabytes que su memoria eyacula con ardor a medida que los recuerdos se le pierden.
Su proveedor de Internet es una botella de caña con ruda que le infla la mente de virtualidad y de gente que no existe. Cierra su sesión a la sombra de alguna pared y con un emoticón en la cara se duerme en la carpeta de elementos enviados vaya a saber adonde. 
Su vida es su nick. Sin florcitas. Sin caritas. Sin la opción de cambiarlo.



16/7/09

TIEMPO: SUSTANCIA QUE SEGREGA EL CEREBRO PARA CONVENCERME DE QUE TODO PASA.


No apunto. Sólo quiero disparar. Mis dedos no encuentran el gatillo. Miro mi mano; estoy sosteniendo una naranja. Ahora escapo con pies que son lombrices metidas en la tierra, enroscadas en las tetas de una puta oriental. Hay un aliento a salame que me raspa la oreja. Gritos y saliva que embarazan mi voluntad de un esfuerzo que nacerá moribundo. Es el despertador, mi titiritero inalámbrico, tartamudeando una tiranía que me obliga a despertarme para soñar que el mundo me traga.  

Me miente la mente. El principio y el fin son la misma cosa. Huevos y gallinas subiéndose al podio cuando la biología duerme. Fideos largos y verdes que llevan y pudren mi sangre en obediencia a una pila que revolea agujas.  
Las horas se alojan con pelusas de mis mangas adentro del teclado. Los días se bajan de Internet. Se recuperan. Se lavan. Y el mar me devuelve la arena que voy a perder.  
De nuevo el sabor a misterio, como cuando me despierto una cuadra antes de mi parada y Dios y mi reloj biológico se disputan la responsabilidad con un terrome. 






22/6/09

LA SORPRESA.

Solía dormir.  Eran las 6.15 de la mañana. Y yo solía dormir.  
El sonido de una bicicleta deteniéndose en mi puerta secuestra mi sueño y no huelo rescate.  
Somnoliento reposo mis ojos sobre la hendija de la persiana. Veo; un botellero revisando una bolsa que colgaba de mi poste. El Indiana Jones de mi miseria estaba revisando la mierda de mi perra y no lo sabía.  
Cuando lo supo, revoleó la hedionda sorpresa hasta hacerla aterrizar sobre el techo de mi auto. El conflicto había comenzado mientras yo despegaba mis asombrados parpados de la frente.  
“¿¡Qué pasa loco!?”  le grité. 
Su respuesta; inmutación.  
Me busca. Revuelve la oscuridad y sólo encuentra rocío y emboscada. Le propongo una salida; ¡¡Rajá de acá!!
La ignora. Continúa buscándome.
La persiana me regala impunidad al mismo tiempo que revelo mi indulgencia…“Bah!! Bah!!”.  
El malandra huye desconcertado.  
Salgo al garaje a retirar del techo de mi coche su mierdosa decepción.
Y allí reposaba, envuelto en una bolsa para que no se moje con el rocío, el diario. 
Le acabo de gritar a mi diariero.
 





3/6/09

CORRER EN CONTRA DEL MUNDO NO ES UN ACTO DE REBELDIA, ES HUIR DEL SOL.


 
La paciencia se cansó de vos y se mandó a mudar. La tolerancia se te fue en un mail que mandó tu papá por error. Te dá en la punta de tu comprensión la falta de consideración. Los autos que vienen en contra mano y no se corren. La gente que llega tarde y no pide perdón. 
Advertís que las cosas ocupan cada vez menos espacio. Que las tareas se hacen en menos tiempo. Y es que todo está desapareciendo. El mundo se esta volviendo rápido y pequeño. 
Tu vida de ratón está irónicamente de acuerdo. 
Odias ser parte de la obviedad de preguntar por qué corren todos. Y ya te aburre preguntarte en donde dejaste tus 28 años. 
Salís a la calle a volantear tu mal humor cuando detectas que existe un patrón de comportamientos reactivos a cada circunstancia que la vida propone. 
Cada acción tiene programada su reacción. Es tan barato. Tan vulgar. Tan mundano. 
Sos una fotocopia. Una sucursal. El eco de algo. Sos como, y no que. Y no sabés si lo sos acá o adentro del espejo.
Te molesta todo. Desde la hipocresía de los demás hasta la tuya. Pero nada te pone más de la nuca que el hijo de puta del camión que está pasando con el altavoz al palo vendiendo muebles de mimbre.



24/5/09

¿LA PUBLICIDAD O LA NECESIDAD? LA VERSION REMIXADA DEL HUEVO Y LA GALLINA.

La crisis esto. La crisis aquello.

En el almacén. En el remis. Por teléfono con el que marcó equivocado.
Hasta los floggers ya están tocando el tema.
El éxodo del 2001 a Europa, ahora es un ínodo a Buenos Aires.
La leche esta incomprable. El dólar sale como lechuga. En las esquinas donde solía haber un evangelista tratando de salvar al mundo, ahora hay cinco. Donde había un vendedor de la tarjeta C&A…bueno, sigue estando ahí.

Soy de esas personas que se deshacen del bunker si descubren que un cometa se va a estrellar contra la Tierra. Hablo de renunciar a un trabajo estable en tiempos en los que no hay que renunciar a trabajos estables.

Oh si, asi soy yo.

Clavado en la idea de respetar mis principios y mis valores y mis bla bla bla, se me ocurre entrar en crisis con mi pasión. Con los doce mil pesos que gasté para conseguirla. Con los tres años que demoré en conseguirla. Hablo de la puta tecnicatura en publicidad.

Yo como zanahorias, y nunca vi un comercial sobre zanahorias. 
Moraleja; puedo vivir sin publicidad. O tal vez no sea una moraleja, y sea una pregunta.
No quisiera finalizar este repudio proponiendo que nos mudemos al campo a vivir en una aldea amish. 
No me agrada la idea de usar tiradores y revolver paja con un palo. 
Un mundo sin publicidad seria un caos. Una temible muestra gratis del Apocalipsis. 
Y como jode pero no coge, dejamos todo como está.

Sobrevivir en un mundo que no se sabe si fue construido para tal propósito, es la necesidad madre de todo ser humano. Para satisfacerla habrá que cumplir con ciertos requisitos como lo son beber, comer y protegerse.
De ahí para abajo, el hombre se transforma en un ser deseoso. Y deseado por supuesto. 
Ahí entra la publicidad.

Mentira. Ya había entrado sin golpear.


21/5/09


Es de convenio multi social que el sonido de una ventosidad butírica (conocido en algunas culturas occidentales como pedo) provoque risa. 
Sin embargo,  no es equívoco afirmar que no todo lo que el organismo “dice” resulta agradable al común de la gente.
Se han realizado estudios que revelan que los sonidos provenientes de la boca de una persona cuando mastica arruinan más almuerzos familiares que el divertido cántico de un sordito.
Mandíbulas de gorila masticando caña que repiquetean en oidos donde el propio asco generado es el encargado de adosar la dosis justa de exageración. De ahí que un inofensivo ñam ñam sea traducido como ¡¡SCRÜÑCHSMONFFYYYYJJJ!! 
El dialogo entre el cuerpo de otro y el autocontrol de uno continúa de la mano de un hombre resfriado y con la nariz repleta de aguas vivas, tragándose el stock completo de su amarillenta inmundicia con un ronquido patente Diego Peretti, a un promedio de una vez cada cuatro minutos. Algo así como una cucharada de moco por hora. 
Siguiendo con la línea de la laringe y aledaños, retumba en busca de camorra un eructo poseído por un nauseabundo aroma a omelette dë Neustadt. Al igual que esa pequeña fricción detectada en la voz de quien nos habla producto de un mucoso himen de pollo atorado en su garganta que nos hace detenerlo y sugerirle que lo trague.
Dedos que suenan, saliva que se absorbe como si fuera a caerse mientras se habla, liquido bajando por la garganta con un sátiro suspiro de broche. El cuerpo y los modales se complotan para despertarnos actitudes que nos catalogarán de histéricos.
Una vez más el silencio se ofrece para rescatar nuestra imagen y evitar así conflictos verdaderamente innecesarios. Nos invade entonces una falluta y contraída indiferencia que germinará a lo largo del día en forma de insultos y desquites con nuestro entorno.
Porque claro, lo que no nos mata nos fortalece…para matar a otro.


14/5/09

SUBASE QUE LE HAGO PIECITO


He recorrido una infinidad de ferias hippies en mi vida, y no puedo dejar de pensar que si hay un puesto que las representa, aparte del que pinta con aerosol paisajes que solo existen en una nube de pedos, es el puesto de las caricaturas.
Un tipo sentado en una reposera, precisamente, reposando a la espera de algún cliente hambriento de un desprolijo botox caricaturesco.
La idea es contemplar en una hoja el resultado de una fecundación entre un espermatozoide y una albóndiga. Mi curiosidad gana y accedo a rodearme de un montón de gente que durante el proceso se cagará de risa en mi cara y en la sucursal de mi cara que el dibujante esta por inaugurar con unos bonitos pómulos de azteca, una elegante cabeza desbordadora de hojas y unos suculentos labios de Mick Jagger.

Ahora estoy observando la obra. Libero una mueca típica de mi conformidad. Pero entre la mueca y esa obra algo empieza a efervecer. Y es que me estoy viendo sonreir por algo que desconozco. Me veo mirar cosas que no miré jamas. Y sin embargo ahí estoy, mirando y riendo, como si lo hubiese hecho de verdad.
Me estoy viendo a mí en una realidad que decidí construir por 20 pesos.
No es una foto. No es un recuerdo. Es algo que pudo haber pasado...


Sobre la banquina de su vida se levanta un muro que lo separa del camino que no eligió. Alto como el cielo y largo como lo que usted continúe caminando. Destinado a recordarle que ya hizo su elección. Que arrepentirse solo significaría querer conjugar sus decisiones en condicional perfecto simple, de manera tal que querrá saber que “hubiese pasado” de haber elegido el camino del otro lado del muro.

Lo que “hubiese pasado” es la porción de su vida que no va a ser vivida. El trabajo que rechazo, el colectivo que perdió, la mujer que le dijo que no.
Digamos, lo que se esconde tras esa pila de ladrillos y que usted jamás va a ver, porque claro, no existe.

¿Le gusta hacer trampa? Vaya con el tipo de la reposera. Puede que le haga piecito y le de la sensación, sólo la sensación, de que está espiando aquello que nunca hizo; aquello que pudo haber hecho.

UNO SE QUEDA PELADO DOS VECES. LA PRIMERA ES CUANDO SE LE CAE EL PELO. LA SEGUNDA ES CUANDO SE ENTERA LA GENTE.


El problema abre la primer sucursal en su bañera. Para ser más preciso, en su rejilla. 
Lo que en el peine eran tres pelos, ahora es una mini Vía Láctea Capilar.
La paranoia y el pesimismo ya son marcas registradas de su personalidad. Paralelamente la frase "vos sí que le encontrás el pelo al huevo" se transforma en el slogan con el que se esta promocionando su calvicie. 
El caso es que una parte de su cuerpo esta comenzando a desprenderse. La única parte que siempre le dijo que SI al cambio. No como las orejas u otras partes que solo dicen “jodete, no vas a conseguir repuestos”.

Las conversaciones se volverán combates cuerpo a ojos.
Ya que a modo de transportador, paseará el cráneo por todos los ángulos posibles con tal de convertir a su calvicie en una ilusión óptica para quien le saca punta a la pregunta letal; ¿Che qué son esos claros que veo ahí?
De a poco entiende que el aislamiento es una especie de automedicación. No sabe si cura la calvicie o si sana su alma. De cualquier manera, usted se siente mejor cuando nadie lo esta mirando.

Nota que las fotos tienen mas brillo. ¿Alguien estuvo jugando con el contraste? No. Es su cuero cabelludo que se hizo adicto a la primera plana.
Código Rojo; el mundo publica su primer “Te estás quedando pelado”.
Así es. Ya lo saben. Y nada puede hacer.
Usted esta re-descubriendo su calvicie. 
Por alguna extraña razón piensan que lo olvidó. Lo cierto es que hace lo imposible por olvidarse. Y lo logra. Hasta que se lo vuelven a recordar. 
No se sorprenda si alguna vez se le ocurre pensar que le falta pelo por que la gente así lo quiere.

Muchos calvos sienten vergüenza de sentir vergüenza. Por eso hacen chistes sobre sí mismos.
Otros son malos perdedores, y se rapan.
Pero también están aquellos que a partir de la calvicie supieron ver como verdaderas preocupaciones al hambre y al cáncer.
Y es que la calvicie con una mano tira del pelo, y con la otra de las pestañas. Depende de cuanto se le abran los ojos para saber a que grupo de calvos va a pertenecer.

Y así se pasa cada día. Escondiéndose. Huyendo. Sabe muy bien que la gente es cruel.
Los chistes no perdonan a las personas de segunda selección.
Los orejudos siempre tendrán la cabeza entre paréntesis. Los de ojos grandes le leerán la mente y los narigones se la olerán. Mientras que los calvos se dejaran crecer el cuero cabelludo.
Oh si. Será la materia prima del humor.
Por supuesto que no va a estar toda su vida dándole la espalda a la realidad.
Y es que la realidad no quiere su espalda.
Quiere sus pelos.

COMO CURAR EL MAL HUMOR

Usted está de mal humor y no hay nada que pueda hacer. De hecho, nada es lo que usted tiene que hacer. 

Los libros de autoayuda son buenos para solucionar problemas. Pero aquí el problema lo tienen los demás.
Ya que lo único en lo que usted piensa es en arruinarle la vida a alguien. A decir verdad, no lo piensa, sencillamente lo hace. 
Y ahí va, paseando su silencio entre la curiosa y torpe multitud de su cotidianeidad que se lo derrumbará con el más mínimo movimiento.
Porque puede elegir entre aprisionar con sus amígdalas el más condimentado de los insultos o bien abrir la compuerta de su cámara séptica verbal y convertirse en cuestión de segundos en un desocupado, en un alumno que recursa o en un esposo que vuelve a la casa de mami y papi.

Es importante entender que no solo la gente que lo rodea se verá afectada por su mal humor. Los daños colaterales se extenderán desde controles remotos con poca pila destruidos a golpes contra la mesa hasta teclados con la mitad de las teclas furiosamente metidas hacia adentro. 
Abrirá los mails con asunto “Para una persona como vos” sólo para reafirmar cuanto odia a su compañera de trabajo por haberle mandado tamaña pelotudez. 
Así es. Usted no hará nada para escaparle al mal humor. Se adentrará cada vez más hasta cometer la peor de las cagadas de su vida y así considerar que irse a dormir es lo que tuvo que haber hecho siempre.

El mal humor es la única enfermedad que se contagia por vía total. Un comentario ajeno (epa, que carácter), un roce bultoso (permiso, permiso), un recuerdo (dejé abierto el msn en lo de Andrea).
No intente recordar qué lo puso de mal humor. Podría terminar…de más mal humor.
Relájese y observe en silencio como todos a su alrededor se convierten en estúpidos ejemplares de la ignorancia. 
¿Realmente pensó que le iba a dar la cura para que se le vaya? Vamos. Que Papa Noel no existe, pero tampoco es boludo.