31/8/10

ROJAS Y ENANAS

Cuidar la casa. Cuidar las plantas. Cuidar el gato recién nacido. Cuidarme de no pisar al gato recién nacido.
Pensaba en los peores resultados. En una mancha roja y peluda en el piso del comedor.
Me convencí de que Dios se estaba burlando de mí al notar que el suelo y el gato estaban hechos del mismo color. Sólo necesitaba un segundo. Un puto segundo sin mirar hacia abajo, para que todo se fuera al demonio.
Tenía hambre. Se me antojaba una lata de arvejas. Sabía que el error lo cometería al concentrar la vista en la fecha de vencimiento. Entonces tomé una silla, me senté en ella y encendí un cigarrillo. No estoy para separar nada del suelo con una espátula. Tampoco para dejar una nota en la mesa y desaparecer. Me quedé sentado, hambriento y sin una sola arveja.
Ahí estaba ese montón de bigotes, petrificado sobre sus piedritas higiénicas, haciendo la poesía. Pensé “bien, aquella mierda quedará ahí”.
Luego saltó de la caja y comenzó a fregar el suelo con esa especie de ombligo que se asomaba por su pequeño ano verdoso y caliente. Estuvo plastificando las baldosas un largo rato bajo el humo que caía muerto de mi boca muerta.
No serían las primeras letras rojas y enanas que no hayan sido leídas.
Ni yo, el primer idiota.

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LIBERE ESE PEDO LITERARIO, Y DEJEME SU PALOMETA.