1/12/10

LO MALO DE UNA GUERRA ES PERDERLA

El colectivo se detuvo a cargar más pasajeros. Seis o nueve pasajeros, que significaban seis o nueve minutos más de demora en llegar a mi trabajo. Llevaba la cabeza apoyada contra la ventanilla mientras reconocía que había perdido la batalla.
Al otro lado del vidrio nada había cambiado, y todo seguía representando lo mismo para mí. Pude ver a un mogólico parado en la puerta de un local, doblado como un junco, con la boca tan abierta y los ojos tan abiertos, que toda su mogoliquez amenazaba con tragarnos a todos.
El colectivo arrancó con los seis o nueve pasajeros embutidos de prepo y toda la ciudad se corrió hacia atrás de un golpe. El mogólico permaneció paralizado sobre su baldosa y fui volteando a medida que me alejaba para observar un poco más. Llegué a ver a una vieja atacándolo por atrás, tomándolo de la mano duramente. Vi cómo le gritaba. Lo zamarreó un poco antes de que comenzaran a caminar. Él miraba hacia delante. Pudo haber estado mirándome a mí, no lo sé. La vieja lo miraba a él. La gente miraba a la vieja.
Comencé a alejarme. Ya casi no los veía. Como siempre lo había hecho, el mogolico continuó en silencio, todo abierto, amenazando con tragarnos enteros.

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LIBERE ESE PEDO LITERARIO, Y DEJEME SU PALOMETA.