2/8/10

LA SAGA DE CREPUSCULO

El teléfono ha estado sonando hace rato y nada parece indicar que dejará de hacerlo. Mario no se ha movido de la cama en todo el día. Levantó la cabeza para averiguar de donde provenía el ruido. Cuando lo supo la dejó caer pesadamente sobre la almohada.
La televisión estaba prendida y una mujer hablaba de cómo había parido a sus hijos. Al primero bajo el agua, al segundo en cuatro patas y a los otros dos colgada de un ventilador de techo, o eso interpretó Mario mientras se volvía a dormir.
El teléfono siguió sonando. O alguien tenía serias intensiones de hablar con él o alguien había muerto después de marcar el número de Mario. Sabía que a la gente habían estado desenchufándola sin aviso ni indicio, como si de pronto alguien se hubiese cansado de todo esto. Tal vez siempre fue así y lo único que ocurre es que por alguna razón está más atento a estas cosas. Cagar, pedir matrimonio, limpiarse el culo, pagar las facturas, cualquier momento califica, sólo tiene que taparse la arteria equivocada, es lo único que necesitas. Sangre ancha. Buen nombre para un bar. O para matarte.
Un tipo cunducía mientras intercambiaba bocinazos con otro que le había cruzado el auto. Le gritó hijo de puta y puta fue la última palabra que dijo. Ahora tenía la frente apoyada sobre la bocina que sonaba sin parar. El auto terminó adentro de una florería y todo se prendió fuego incluyendo algunas orquídeas, la bocina y el tipo. No es gran cosa, no te sorprendas. Esto mas esto, mas lo otro. Cada uno lo suma a su manera. El resultado está ahí y no importa qué signo metas en la ecuación, va a dar pérdida. O no. Es ciencia. Exacta e inevitable ciencia, como la esperanza de la mayoría que reza para que se trate de algo más que eso y que haya más y más cuentas.
Mario ya no esperaba que ese teléfono se callara. Ya no esperaba nada más. Se incorporó espesamente maldiciendo a quién sabe qué. Echó una mirada al aparato. Luego apuntó a la televisión. Para el próximo tengo pensado apoyar el chocho en una palangana llena de flan y que sea lo que Dios quiera ¡Libro Guiness, allá voy! Mientras el mundo se hundía en una inmensa palangana de mierda Mario juntaba fuerza para levantarse y atender. Resolvió el tema dejándose caer de espaldas al timbrazo mil.
Así permaneció otro rato con la muerte insistiendo detrás. Si todo tenía un límite, quedaba claro que los muertos no entraban en ese todo. Pegó un salto y aterrizó sobre el teléfono.
―¡Está bien, está bien, ya estás muerto! ¡qué sigue ahora!
―Eso me pregunto cada vez que termino de leer sus libros, señor Roich.
Treinta y pico de años. La voz apretada. Algo rechoncha. Estudiante de comunicación o de sociología. Estaba viva, al menos de una manera orgánica.
―No entiendo ―dijo Mario refregándose los ojos.
―Pues ya somos dos ―dijo la gordita.
El escritor corrió una silla, se sentó en ella y llevó su mano al interior de sus calzoncillos.
―Sé clara.
―Séalo usted. Su último cuento parece el diario íntimo de Pitagoras. No entiendo nada.
―¿Qué parte?
―Todas las partes.
―Elegí una.
―El final.
―Susy le arranca el pene con la boca a su hermano. Ánimo, no es complicado. Adiós.
―Veo que nunca intentó arrancarle un pene a alguien.
―Me refiero a que el final no es complicado.
―Y yo me refiero a que no lo entiendo y no veo que haya nada para reflexionar, salvo lo del tenedor en la frente, y aun así…
―¡Ey ey ey! ―interrumpió Mario ―yo escribo cuentos para que la gente lea. Si querés reflexionar puedo escribirte una carta documento.
―Bueno, bueno… sólo le digo que su cuento no me dijo nada.
―Para decir algo tengo a los lectores. Ellos siempre saben qué decir.
―Vamos, todos quieren decir algo. Para eso se inventó el arte, así hasta los que no tienen qué decir lo dicen de todos modos.
―Deberías saber que todo se trata de un puto asunto semántico y que no hay nada para decir mas que de acuerdo. Y para eso no necesitás arte ni una máquina de escribir. Sólo lo decís. Incluso podés no decirlo, callartelo, como una arteria tapada que deja de pasar sangre. No dice nada, pero el mensaje llega igual. No es el que esperan todos, pero llega.
―¿Ésta es la parte en la que se hace el escritor ermitaño que no comparte su secreto y que sólo escribe para él?
―Veo que entendíste una parte sin que tuviera que explicartela.
―Je... no se engañe, Roich, sus cuentos son publicados todos los meses en Literathos. Estoy segura de que para alguien debe escribir.
―Claro que sí. Ese alguien es el que me firma los cheques.
―De todas formas, dudo que tomar un pedazo de la vida de alguien y anotarlo en un papel signifique escribir. Si al menos ese alguien llevara una vida interesante.
―¡Vida interesante! ¡ja!... vos debés ser una de esas personas que viven en un libro de Paulo Coelho. Mi amor, el hombre ya se enteró de que la vida no es interesante. Y si escribo es para que al menos lo parezca.
―Pero usted escribe sobre la muerte...
Mario bostezaba.
―...eso sin mencionar cuan alejado está de la literatura inteligente en donde el autor no subestima al lector y confía en que hará lo que él le indique sin necesidad de indicarle nada. ¿Me entiende, Roich? Cosas no escritas metidas entre cosas escritas. De eso se trata la escritura, Roich. La buena escritura.
―La lectura ―dijo Mario ―la lectura se trata de eso. Nadie sabe hasta ahora de qué se trata la escritura. Y no creo que se termine sabiendo.
―Es lo mismo. Una cosa no vive sin la otra. ¡Todo el maldito mundo es un espejo gigante!, ¿no se da cuenta?
―No.
―¡No le creo nada!
―Me da igual.
―¡Engreído!
Mario miró hacia el techo como si recién se enterase de que existe uno. El movimiento dentro de los calzoncillos cesó de golpe y con un tono demasiado ausente y perturbador preguntó:
―¿De qué lado del espejo estamos?
La gordita respondió soprendida:
―¿Perdón?
―Lo que digo es; ¿y si somos nosotros el reflejo? Horas y horas acomodando pelos, explotando granos, mirando nudos de corbata, levantando tetas con los ojos― se echó hacia adelante con la espalda erguida ―¿Y si sólo estamos obedeciendo a alguien?... ¡Mierda! Adiós personalidad, adiós derecha, adiós izquierda... ¡adiós todo! La vida de alguien…¡eso es!, ¡estamos viviendo la vida de alguien al otro lado del puto espejo!
―Cálmese, que usted no está ni de un lado ni del otro. ¡Usted está metido en su propio culo!
―Lo irónico del asunto es que el pelotudo que está en el espejo se debe estar preguntando lo mismo.
―Dígame, Roich, ¿por qué no toma carrera e intenta pasar al otro lado? Lo peor que puede pasarle es quitarse la duda. O la motricidad del cuello, o de las piernas, o de quién sabe qué más (si es que aun no la perdió, claro, ji ji)
El escritor apuntó bruzcamente a la televisión. La espalda se derrumbó contra el respaldo de la silla y los calzoncillos comenzaron a moverse otra vez.
―Voy a cortar, cerdita.
―¡Claro que va a cortar!, si ese es su tipo de final preferido, cortar en medio de todo, cuando nada quedó claro.
―Hasta la vista, baby.
―¿Sabe qué, Roich?, ¡usted no es un buen escritor!
Al terminar de pronunciar su veredicto, la cerdita separó el tubo de la oreja y lo miró con algo parecido a la sorpresa. En la otra punta de la ciudad, Mario golpeaba duramente la mesa con el suyo.
―¡Oíme bien, cadáver! ―exclamó con la misma dureza con la que acaba de martillar un mueble.
―Creo que ya oí bastante ―interrumpió el cadaver ―. Usted no tiene capacidad para recibir ninguna crítica. ¡Debió haber pensado en otra carrera cuando eligió ser escritor!
―¡Las bolas! No importa la carrera que elija si mi nombre va a seguir apareciendo en la guía telefónica. Y ser escritor no tiene nada que ver con las críticas. ¡El escritor escribe y ahí se termina todo! Cuando soltás a un perro rabioso lo primero que hace es correr en busca de carne humana. Y más de uno vendrá con el culo incompleto a reclamarte y no vas a poder hacer nada porque el perro no te pertenece más. Los escritores soltamos la correa y que de la bestia se ocupe la gente.
―Pero las críticas podrían enriquecer su escritura. Es un hecho científico. La próxima vez el perro quizás hasta podría jugar con ellos.
―El perro ahora está jugando en mi patio con un trozo de culo. Y lo único que vas a lograr es ponerlo más rabioso.
―Eso quiere decir que la crítica funciona.
―No, eso quiere decir que con mi próximo cuento gran parte de tu culo va a estar en mi patio.
―Por eso mismo, puedo alterar a su pichicho, su innmundo pichicho literario. La critica funciona, Roich.
―Decime, ¿qué talle de pantalón usas?
―Cincuenta y cinco, ¿por qué?
―Hmm… voy a tener que agrandar el patio.
―Sin duda, usted debería ser carnicero, ¡un carnicero vulgar y panzón!
―Soy vulgar y panzón. Un escritor vulgar y panzón. Por eso es que estamos dándole vueltas a este tema.
―Bueno, ya que se la da de escritor, fíjese que…
Era el momento. Mario apuntó el brazo hacia la mesa y se dispuso a colgar cuando sintió una especie de aleteo de mosca salir del tubo.
―…bla bla bla bla...
¿Qué demonios quería esta vaca? Decir algo, era eso. Decir su algo. El algo que todos tienen para decir. Decir algo, decir algo. Quizás las palabras con las que se resumía todo el asunto, y probablemente, todos los asuntos del mundo.
La mano con que Mario se revolvía los genitales ahora revolvía sus ojos en señal de comprensión mientras se inclinaba hacia adelante y le preguntaba a la mosca obesa:
―¿Qué es lo mejor que leíste en tu vida?
― La saga de Crepúsculo.
Hubo una pausa de dos segundos en la que nadie habló. Ella decidió terminar con esa pausa.
―¿Hola?...¿Señor Roich?
Cleck

Ese es mi marido prendiendo el ventilador. Había estado en el bar toda la tarde. El muy tonto lo puso al máximo; tuvimos que ir a buscar el bebé a la terraza del vecino. Fue muy divertido.

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