2/7/10

LO QUE ME PIDAS

Mario miraba la televisión desde el sofá con una mano en el control remoto y con la otra hundida en el cierre de su pantalón. Moldeaba aquello con paciencia y elegancia, igual que un chico en clase de plástica dándole forma a un angelito de crealina. Dos golpes en la puerta lo levantaron de un salto y el angelito voló a su nube. Mario caminó hasta la puerta subiéndose el cierre y la abrió sin preguntar.
―Hola ―dijo Susy.
Le besó al vuelo la mejilla y entró. Apoyó la cartera sobre una mesita y se quitó la bufanda mientras él se frotaba la humedad que había quedado en su cara. 
―Ponéte cómoda. Hacé de cuenta de que estás en mi casa.  
Susy largó una risita y tomó asiento. Mario fue hasta la cocina por dos cervezas. Regresó y se echó en el sillón al lado de su invitada. Lo había notado mientras abría la heladera, y una vez allí sentado lo confirmó; Susy parloteaba sin parar.  
―Lo intenté ―decía ―. He quedado como una idiota mil veces y nadie supo explicarme qué significa la frase “que valga la redundancia“. 
―¿Para qué querés saber? 
―Es una frase misteriosa y creo que me sumaría clase si la digo más seguido.  
Mario se llevó un cigarrillo a la boca.
―No sé lo que significa esa frase ―lo encendió y soltó el humo― pero estoy bastante seguro de que lo que acabas de decir es una boludez. 
―Bueno, ahora sabes por qué necesito de esa frase. 
―Lo que necesitas es decir menos boludeces―dijo ― vas a ver cómo la clase llega sola. 
―¡Que valga la redundancia! ―exclamó Susy mientras brindaba al aire y reía y bañaba con cerveza todo lo que estuviera a su alcance. Mario simplemente la miró y se mordió los labios. Acabó su bebida y fue por dos más.
Volvió al sillón. Susy ya no estaba. Oyó al inodoro encargarse de lo que nadie quiere encargarse y la vió salir del baño renovada, pasándose las manos por la pollera mientras avanzaba hacia él. Fue cuando se dejó caer al lado de Mario, por no decir encima, que el numerito comenzó. Lenguas, salivas, amígdalas, manos. Nadie supo quien lo había iniciado y se sentía como se deberían sentir dos linyeras hambrientos comiendo del mismo montón de polenta. Susy no había cerrado los ojos, nunca lo hacía, y en la ventana que había detrás de la cabeza de Mario pudo ver el reflejo de dos puercos tragando la porquería multicolor que un granjero les echaba encima. Lo próximo que hizo fue mirar hacia otra parte. 
Mas tarde la cosa de Mario estaba en la mano de Susy y ésta tironeaba de ella como si quisiera quitarla de ahí. 
―Quiero besarla―susurró―quiero besarla hasta que sientas que no la tenés más ahí. 
―No creo que tengas más opciones ―dijo él.
Siguieron chupándose las bocas. Los besos de los que hablaba Susy se demoraban. Continuó jalando. 
―¿Y qué me das a cambio? ―preguntó ella. 
―Lo que me pidas. 
―Quiero que me llames más seguido.
Mario echo la cabeza hacia atrás y las cejas se le fueron al medio de la cara. 
Susy insistió.
―Veámonos más.
―¿Más? ¿qué es más? 
―El martes no me trataste nada bien.
―Seguro no era un buen día, no hagas caso, sé buena chica y…
―¿Y hoy? ―apretó fuerte y dejó de jalar―¿es un buen día hoy?
―Puede serlo. 
―¿Me vas a llamar más seguido?
―Contá con eso. 
Retomó la jalada. 
―Bien. Voy a tomarte la palabra.
―¿Sólo la palabra?
―Sólo la palabra, cochino.
Se inclinó de una manera larga y aburrida y se llenó la boca con el pequeño angelito de Mario. Fueron bocanadas lentas y decididas. Participaron todas las muelas, incluso las de juicio, y la lengua jugó el papel de un actor que no se sabe el guión. Quiero besarla hasta que sientas que no la tenés más ahí, recordó Mario. Realmente deseaba no tenerla más ahí. Soñaba con quitarla de aquella bolsa llena de cangrejos y meterla en un pote de dulce de leche fresco. 
―¿Es un buen día, no? ―preguntó Susy desde allí abajo. 
―Es un día ideal para no haberte llamado nunca, ¡estúpida! ―pensó Mario―. Claro que sí, amor―dijo―no quiero que termine nunca.
―Jeje… puerco, sos un puerco… jeje… glup.
Susy volvió a su gracia. Los cangrejos tenían hambre y Mario ansiaba que terminara el día, la noche, el mundo, Susy. No resultaba para nada paraonoico pensar que en cualquier momento se la arrancaría de cuajo. Si algo había aprendido de la gente era a no confiar en la gente. Hay fanáticos religiosos que se levantan del último asiento del colectivo y reparten tiros como si fuera la comunión. El dentista mete un taladro entero en la boca de un paciente y todos dicen oh, que buen pulso Dr. Castiglione. Más tarde, el Dr. Castiglione vuelve a su casa y hunde un tenedor en la frente de su esposa. Lo deja ahí clavado y se pone a leer el diario en la sección de chistes. Sencillamente no existen razones para confiar en alguien que está sosteniendo tu pene con la boca. Lo entiendas o no. 
A Mario le sorprendió que todo el asunto se mantuviera erguido a pesar de que no pensaba en otra cosa mas que en retirarlo de la boca de Susy. Al cabo de un rato, la sujetó delicadamente de la cabeza y dio inicio a la evacuación.
-Bueno, bueno...
Ella se mostró indiferente, ininterrumpible, muy distinta a sus manos que se aferraron con fuerza a la funda del sillón mientras que ahora el único que tironeaba de algo era Mario. 

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LIBERE ESE PEDO LITERARIO, Y DEJEME SU PALOMETA.