16/2/10

Y VESTIRE MI SACO MAS AZUL

Adiós, doctor Ferro, saludos a su esposa. Carlos Roich salió del consultorio con un sobre grande y la mirada como una camisa saliéndose del pantalón. Bajó dos escalones y caminó. La boca mitad abierta, mitad de pescado. Avanzaba de una manera espesa y el cielo nunca había estado tan azul. Al llegar a la parada del 63 lo abrió y revolvió. No vas a entender nada Carlitos, soltá. 
Se ubicó en un asiento del fondo y corrió la ventanilla. Sintió el calor del motor bajo sus glúteos, similar a orinarse encima. Lo próximo que supo fue que el motor estaba en la parte delantera del colectivo. 
Dos meses. Si lo que está en el sobre no puede ser una pesadilla, que sea entonces la mancha de tinta de un tomógrafo imperfecto, o el carozo de algo tragado sin querer. Que sea un error. Un simple y estúpido error. Buenas tardes señor Roich, llamamos para comunicarle que por error le entregamos los estudios de otro paciente y que a partir de mañana puede pasar a retirar los suyos por el departamento de salud óptima. Sepa disculparnos. 
Dos meses. Adiós mundial. 
Para Carlos, vivir y morir significaban lo mismo. La planta vive. La planta se pudre. La planta se muere. Vivir, pudrir, morir. Un asunto semántico. Pero la fiesta había terminado, y era hora de saludar.  
Se echó en la cama y pensó que así sería. Boca arriba y con los dedos enredados en un rosario. La piel hecha una mayonesa fuera de la heladera durante sesenta días y sesenta noches. Te manosearían la frente y las manos y te preguntarían por qué y cómo. Sobre todo Antonio, el bueno de Antonio, que te corta la mayonesa con sus lágrimas y que sabe que le quedaste debiendo 4.000 pesos. Y tu madre, llorando con todas las partes de su cara concentradas en el frunce de su boca porque la muerte de un hijo…
- Diga.
- Carlos.
- ¿Quién habla?
- Tu primo.
- Antonio… ¿cómo andas?
- Seguramente mejor que vos, sonás a algo que se va a morir.  
- Estaba durmiendo.
- Oíme, voy a estar por allá para las vacaciones de invierno. Tenés seis meses para juntar la guita. No te podes quejar.
- Si me tengo que quejar de algo va a ser de tu olor a pata.
- Je je…

Antonio, el bueno de Antonio. 
Cinco minutos. El doctor Ferro habrá acertado en cinco minutos y dejarás de camuflarte en el calor urinario de tu colchón. Te morís así, reseco e inmóvil tras los barrotes de tus costillas, oliendo a vos, a vos muerto. No te apresures Carlos, en cinco minutos podrás oler a lo que quieras. En cinco minutos, alguien en el cielo dirá vaya vaya vaya… 
Falta un minuto. La vejiga dejó de arder. Sos un milímetro cuadrado de actividad cerebral, suficiente para saber que vas a morirte. Porque ya nada tenés que ver con tu vejiga ni con tus uñas largas ni con el amor ni con la semántica. Carlos vas a morirte. Nacerán mil niños durante estos segundos que demoran en llegar. La planta se muere. No era un carozo. Adiós mundial. 


Después de los gritos y el dolor, vino el silencio. Luego el llanto y las sonrisas y la vida. Señor y señora Lorchstein, los felicito, es una niña.  

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LIBERE ESE PEDO LITERARIO, Y DEJEME SU PALOMETA.