18/2/10

MAHOMA PREFIERE EL MAR

          Arturo odiaba los boliches. Odiaba las sillas que volaban afuera y las vidas que aterrizaban adentro. Odiaba los boliches, pero más odiaba estar en uno. No le quedó más remedio que atornillarse el codo a la barra y llenar su odio con alcohol. Había mujeres que se paseaban por delante y él les manoseaba el pelo como si planeara quedarse con algún mechón. El brazo siempre volvió vacío. 
Pasada la primer hora tuvo que visitar el baño. Contra el espejo dos jovenes supervisaban sus peinados mientras comentaban el éxito de la noche. Se los veía excitados; borrachos o drogados. O todo junto. Gritaban y se sacudían y había que imaginar lo que decían porque sólo se entendió que demandaban atención. Uno de ellos no paraba de sacudir el puño mientras el otro le sonreía degeneradamente, concluyendo en que había ligado una regia masturbada. Quizás él había masturbado a alguien. O mejor aun, se iban a masturbar mutuamente y estaban ultimando detalles. De cualquier manera, Arturo prefirió bajar la cabeza y encargarse de su asunto. Ellos siguieron ultimando detalles. 
          Regresó a la barra. Los culos se contoneaban a partir de sus dedos estirados y deseosos. Recordó las películas en cuyos finales el protagonista se entera que está muerto. Es una posibilidad; muerto e invisible. Atorado entre el mundo y el resto del mundo. Podría apretarle una nalga a aquella gordita y nadie lo condenaría porque los muertos no tienen la culpa de nada, mucho menos de que a una gordita desagradecida le moleste que le abollen la piñata.  
Hay una rubia, con el cuerpo salido del canto de un canario azul, que sonríe y que baila y que nadie sabe que acaba de echarse un gas. Ella lo huele. Piensa en su miseria y en la tarta de puerro. Sigue sonriendo y cantando y bailando y siendo hermosa, y a su lado alguien le compra tragos y amor. Arturo observa, huele, escucha, se echa uno; sonríe. Se dobla bajo su espalda y con el mínimo de vida que necesita alguien para arrastrarse, derrite su cuerpo viejo y gris sobre un colchón sucio, en medio de un silencio que apesta a tiempo, a mucho tiempo. Las ratas atraviesan la nada y el todo, que por fin significaban la misma cosa, y Arturo se duerme pensando. Imaginando. Parecido a vivir. 


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LIBERE ESE PEDO LITERARIO, Y DEJEME SU PALOMETA.