22/5/10

PRINCIPIOS Y FINALES DE UN CIRCULO

      Avanzaban y no hacían otra cosa más que eso. Eran tres, sólo tres. Podía hacerlo, me las he visto peores. Tres, con el odio de catorce. Tres contra uno. Catorce contra mí. En el medio, Alberto, el mediador, el suplicador. El inútil.
Sus esfuerzos diplomáticos pronosticaban que iban a devorarme y parecía que cada intento por evitar esa situación aceleraba el momento de lo inevitable. Las cosas suceden y punto, ya se saben ese folklore. Y acá iba a haber baile. El desastre ya estaba organizado. O se lo evitaba, o se lo comenzaba. Me pregunté qué haría mi padre en un momento así y estrellé mi derecha contra la boca del más rechoncho. Más tarde comprendí que tendría que haber pensado en el padre de otra persona. El padre de Alberto me hubiese venido bien. El golpe fue seco y traicionero. Pero no movió ninguno de los ciento veinte kilos de aquella rechonchez. Dientes, ojos, tetas, gordo. Todo en su lugar, menos yo, que ya me encontraba corriendo como un loco hacia el sol, de la misma manera en que ellos lo hacían atrás mío. 
En la esquina me quedé sin aire, suficiente para deducir que hoy me tocaba morir, y no pensaba hacerlo sin antes apretar los puños y repartir muestras gratis de mi amor a este trío de peleles. No iba a ser el final de un poema. De cualquier manera, mi vida nunca se había parecido a uno.   
Recuperé el conocimiento gracias a una patada en la espalda que técnicamente me puso de pie. Mis puños estaban intactos. La lengua me sabia a monedas y mi cara se sentía rara, más grande que el resto del cuerpo o que el resto de las caras. De hecho, se sentía como tendría que sentir los puños. Lo único que sabía era que estaba corriendo otra vez. En el boleo me tragué un diente. Gusto a ausencia en la boca. Mañana sería un día terrible, un espejo terrible, con algo terrible en él. Poco me importaba, la parte más interesante la llevaba encima. Estaba vivo.
         Seguí corriendo. Ellos no. El sol estaba cada vez más cerca y pude sentir el odio y el homicidio en mi nalga derecha después de haber sido alcanzado por un pedazo de ladrillo. Realmente me sorprendió la puntería ya que les había sacado una cuadra de distancia. La conclusión fue que un desgarro me acababa de dibujar otra raya en el culo. Al cabo de unos segundos, correr y defecar grandes cantidades de lava volcánica comenzaron a significar lo mismo. Me zambullí en un volquete y ahí me quedé. Gemí tres veces y en cada vez lo nombré a Dios. Eché unos escupitajos marrones. Las piernas me temblaban y me hice la idea de que en algún momento se irían corriendo solas. Era evidente que necesitaba serenarme. Un avión me había aterrizado encima y debía asegurarme de que durante los próximos minutos no tomaría ninguna decisión. Asomé la cabeza en todas direcciones buscando restos de hostilidad que afortunadamente no encontré. Volví a nombrarlo a Dios una vez más y resultó que Dios era su pseudónimo. Eso explicaba millones de cosas, incluso cosas de mucho antes, y hasta cosas que nada tenían que ver conmigo. Lo último que hice antes de salir de mi bunker de basura fue despegarme una toalla higiénica del zapato. Enfilé hacia lo de Alberto y eché a andar. Por supuesto que tuve que desviarme; no querría llevarme una sorpresa en el camino. Ni tres. 
Lo vi apoyado contra la reja, cruzado de brazos. Me vio venir; no hubo una sola mueca. Me refiero a muecas de alegría.
---Existe gente que fracasa apropósito,--- dijo---creo que los psicólogos le llaman placer negativo.
---Hay gente que es feliz gracias a esos fracasos.
---Nadie es feliz fracasando.
---Hablo de tus conchudos psicólogos. 
Alberto se mordió el labio inferior y negó suavemente con la cabeza.
---Ay Carlos… Carlos… qué pelotudo sos. Mirá como tenes la boca.
---Es un mundo pelotudo, Albie. Nadie se salva--- escupí sangre y me pasé por los labios todo el largo de mi índice.
---Mirá a ese de ahí,--- perfilé mi cabeza hacia un tipo que estaba desinflando la goma de un auto estacionado en la vereda de enfrente---debe creer que es un pillo y no sabe que él también es otro pelotudo. Vení, vamos a darle su dosis de placer negativo. 
Escupí de vuelta y bajé a la calle. Alberto pronunció una especie de no y me sujetó del antebrazo. Yo me solté. Cuando coloqué al aspirante a pillo en la mira, lo empujé y rodó por el asfalto como una lata de arbejas vacía.
---¡Dejálo, boludo, dejálo!--- gritó el valiente de Alberto.
Sentí un poco de lástima hasta que comprendí que no se trataba simplemente de un pillo, sino de tres. Dos más aparecieron al mismo tiempo en que el pillo número uno se levantaba. La cara de Alberto se llenó de muecas, una encima de la otra, y no me refiero a muecas de alegría. Maldita sea, sólo quería mi porción de justicia, y ahora el mundo se resumía en tres cosas que avanzaban y no hacían otra cosa más que eso. Eran tres. Sólo tres. Podía hacerlo. Me las he visto peores. Tres, con el odio de catorce. Tres contra uno. Catorce contra mí.

2 comentarios:

  1. cómo cuesta leer con fondo negro y letras blancas...uff se me borronea todo y de repente no sé en que renglón estoy...
    A todo esto, pobre Alberto, detrás de las rejas esperando a que te despereces en el volquete...te pasas...(Vale)

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  2. no se preocupe, estamos trabajando para usted.

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